Es indudable que el mundo está inmerso en una incertidumbre de gran envergadura por las consecuencias que se han venido haciendo visibles en todos los países alrededor del mundo, derivadas de los efectos que en lo social y económico dejó la pandemia y las tensiones aún no resueltas de conflictos con incidencia global, como la lamentable guerra entre Rusia y Ucrania.
La amenaza del presidente Putin de tener listas las armas para un posible ataque, incluso anunciando armas nucleares para defender sus intereses y el llamado que hizo a las fuerzas de la reserva para que se alisten a un posible confrontamiento ha tenido como consecuencia la alerta y preocupación de todos los países.
Esta actitud del mandatario de Rusia llevó al presidente de los Estados Unidos a hacer una intervención en la cual evidenció su desacuerdo y advirtió al mundo que los norteamericanos bajo ninguna circunstancia celebrarían o permitirían el uso de las armas nucleares ni un ataque militar por parte de Rusia al continente europeo.
Gran tensión e incertidumbre derivada de una nueva guerra fría, que se suma a los retos económicos y sociales generados por la pandemia y que todos los países siguen enfrentando con las presiones inflacionarias que afectan a las poblaciones más pobres y la consecuente escalada de tasas de interés e inestabilidad cambiaria que tiene a los empresarios con los nervios de punta.
Como si lo anterior fuera poco, la situación que se visualiza frente a la falta del gas ruso en el próximo invierno europeo, es la de una crisis energética de consecuencias aún no dimensionadas, generando así factores adicionales de incertidumbre con graves impactos en todas las dimensiones.
Este panorama global que algunos podrían considerar ajeno a nuestras realidades, tiene un impacto muy profundo en Colombia, pues no podemos perder de vista que vivimos en un mundo globalizado en el que las afectaciones en un rincón del mundo terminan afectando a todo el globo.
No es aislado el hecho de que todos ya estemos sintiendo el impacto en nuestros bolsillos de la galopante inflación, en especial en alimentos, y que los empresarios con los que se habla se quejen de los altos costos del crédito y de las dificultades que tienen que sortear en la logística internacional y las variaciones del cambio.
Y a estas preocupaciones se suma la circunstancia de que, en momentos de gran inestabilidad global y altas tasas de interés en los países desarrollados, los que resultan más afectados son los países en vías de desarrollo como el nuestro, pues es natural en la lógica de los grandes capitales buscar en estos momentos refugio en economías de mayor estabilidad y rentabilidad, generando salidas importantes de inversión con una nueva afectación para los países que no resulten ser estables.
Esto es en parte lo que hemos estado viviendo en Colombia, en donde además de los fenómenos de incidencia global descritos, se suman factores internos adicionales de incertidumbre para quienes toman decisiones de inversión, derivados de los anuncios de reforma en diferentes frentes.
En efecto, para un inversionista la incertidumbre es el principal factor de consideración, y en nuestro caso los inversionistas no solo están considerando las variables globales que están afectando todos los países, sino que también estarán muy atentos a los anuncios que se hacen y a los posteriores desarrollos que se tengan en distintos campos como el tributario, político, agrario, laboral, pensional y de salud por mencionar solo algunos.
Estamos enfrentando un momento muy importante de incertidumbre e inestabilidad global que tiene implicaciones en lo local, y en este contexto nos corresponderá actuar como sociedad y país con firmeza en la solución de nuestros problemas sociales y con mesura y ponderación en el manejo macroeconómico para generar certezas en un mundo de dudas.