La Totalidad reconoce la diferencia. En el planeta hay miríadas de formas de vida, que coexisten en un mismo espacio-tiempo. Es posible aprender de ello.
¿Por qué será que entre los seres humanos nos cuesta bastante reconocer las diferencias? Como la vida es compleja, las razones para no reconocer la diversidad son varias y de distinto orden: patriarcales, coloniales, lingüísticas, demográficas, religiosas… El menú de discriminación y exclusión está lleno de justificaciones que se dan desde el statu quo: difícilmente las transformaciones sociales emergen en posiciones de comodidad. Son las personas y comunidades marginadas las que requieren abrirse espacios de reconocimiento y valoración de sus particularidades, ante el desdén o el rechazo de quienes están favorecidos por el establishment.
Creo profundamente en que cada quien vive lo que le corresponde para evolucionar: desde la armonía de contemplar tranquilamente una puesta de sol, hasta disfrutar la comida favorita; desde abuso sexual hasta rechazo. Todo ello hace parte de la existencia en estas tercera y cuarta dimensiones que habitamos, en este planeta laboratorio. Sí, el programa contempla exclusiones, discriminaciones, abusos y todo tipo de vejámenes. Cada alma encarnada ha de hacer la tarea de resolver eso doloroso que le ha ocurrido en la vida; sin embargo, independientemente de que el diseño de este experimento común contemple los errores, para evolucionar individual y colectivamente necesitamos vibrar cada vez más en la compasión y la validación de lo diferente.
Las transformaciones no son fáciles, pues implican que salgamos de nuestras zonas de confort. Tenemos la costumbre, desde el patriarcado imperante -que es eurocéntrico y heteronormativo- a validar únicamente lo establecido como correcto por el sistema; esto aplica para los acentos, las maneras de hablar, las formas de vestir, las expresiones de género… Nos cuesta trabajo comprender que existan personas que están por fuera de la caja y se identifican como no binarias, no ellos, no ellas: elles, que hablan de nosotres y los otres. ¡Aberración, exclaman muchos! También nos cuesta trabajo comprender que la ere –sea final o intervocálica– se pronuncie como ele o jota: cantal, Cadtagena… Solemos creer que esas personas hablan mal, que están en lo incorrecto, que somos mejores que ellas, y apelamos a normatividades que estandarizan y no reconocen las diferencias territoriales, culturales ni ancestrales.
La fuerza de la vida se manifiesta de tan diversas formas, que los estándares excluyentes terminan por derrumbarse: muchas personas seguirán diciendo todes, caminal y adte, aunque el autocorrector de Word marque rojo, pues tienen derecho a ser y expresarse como son. ¡Tenemos derecho a ser, expresarnos y nombrarnos como somos! Viviremos más sanamente si aprendemos a incluirnos y respetarnos totalmente, para coexistir en unidad desde la valoración de las diferencias.
@edoxvargas