Hugo Quintero Bernate | El Nuevo Siglo
Martes, 23 de Febrero de 2016

ARRECIFES

Paralelos

 

ACABAN de pasar los cincuenta años de la muerte de Camilo Torres, el llamado “Cura Guerrillero” y los festejos fueron especialmente ofensivos e inoportunos en la coyuntura política actual.

 

Lo ofensivo surge de la glorificación que sus correligionarios pretenden hacer de la figura de Torres. Y lo inoportuno proviene de la exaltación de la lucha armada simbolizada en la imagen de Camilo más como guerrillero que como sacerdote o como político, que es lo que finalmente fue.

 

Es verdaderamente paradójico que intenten justificar el ingreso de Camilo Torres a la militancia armada desde los fundamentos filosóficos de la Teología de la Liberación que se desarrolló en las Conferencias Episcopales de Medellín en 1968 -dos años antes de su muerte en combate- y en Puebla en 1979, pues no es cierto que la opción por los pobres por la que se decantó la Iglesia Católica Latino Americana en esos documentos incluyera la muy marxista-leninista tesis de matar para salvar.

 

El ingreso de varios sacerdotes, la mayoría extranjeros, a la guerrilla colombiana para tratar de hacer cierta esa frase marxista de que “la violencia es la partera de la historia”, solo prueba el desvarío histórico de figuras como Domingo Laín o Manuel Pérez o el propio Camilo, al preferir el fusil al breviario. Pero nadie en su sano juicio puede afirmar que hayan realmente optado por los pobres cuando decidieron convertirse en jefes guerrilleros o que de esa manera honraban las enseñanzas de su Maestro.

En contraste con esos sacerdotes que se enmontaron y tomaron un fusil para matar soldados y policías o para volar oleoductos y envenenar ríos y quebradas o para secuestrar ciudadanos inermes acusados de oligarcas, hubo y, aún hoy hay, miles de laicos, diáconos y sacerdotes que se internaron en los barrios o en las veredas para tratar de hacer otra revolución: La de educar.

 

Álvaro Ulcue Chocue en las montañas del Cauca o Evaristo Bernate en el barrio Potosí de Ciudad Bolívar en Bogotá son dos ejemplos de hombres de Dios que optaron por los pobres y decidieron luchar para poner en manos de cada niño la única arma que en verdad los hará romper el círculo infernal de la desigualdad: La educación.

 

Predicaron con el ejemplo hasta llegar al sacrificio personal.  Los dos fueron asesinados, el uno en 1984, el otro en 1991.  Del primero queda su etnia orgullosa y altiva. Del segundo un colegio en los cerros del sur que agoniza asfixiado por el dogmatismo de la izquierda que gobernó Bogotá de forma no tan humana.

@Quinternatte