Vanidades
La muerte de Katiuska Mendoza, una joven cantante de vallenatos, sobrina del gran Nicolás Elías “Colacho” Mendoza, ocurrida la semana pasada en una clínica de Valledupar (Cesar) cuando se sometía a una cirugía estética, actualizó el debate sobre la vanidad como una de las más frecuentes causas de muertes o de lesiones de mujeres en el país.
La niña Mendoza, según se ve en las fotos que ilustraron la noticia de su deceso, era una agraciada jovencita, de tan solo 19 años, que, a simple vista, no parecía necesitar intervención ninguna, y a simple oído, su hermosa voz no delataba dificultad respiratoria alguna achacable al órgano sometido a la cirugía.
Podría pensarse, para justificar la cirugía, que por tratarse de una cantante, su presentación personal debería responder a ciertos estándares de belleza en los que la forma natural de su nariz no encajaba, caso en el cual la razón de la intervención no fue la vanidad, sino el interés comercial.
Cualquiera haya sido la razón de la fallecida para someterse al procedimiento, no deja de sorprender que las mujeres decidan soportar los riesgos de la anestesia general, las dificultades de una hospitalización, el dolor y el peligro de complicaciones infecciosas o de cualquier otra clase, en pos de ideales estéticos tan discutibles como el del gusto por las mujeres de quienes en la industria de la moda y la belleza deciden qué es una mujer bella.
Algo debe andar mal en la cabeza de los millones de mujeres del planeta que a diario se someten a procedimientos tan invasivos y agresivos como el de una liposucción para disminuir un par de kilos de peso o el de un implante mamario para avanzar un par de letras. El problema es peor cuando el tema pasa de la vanidad a la avaricia: una flaca tan flaca como Angelina Jolie, recientemente hospitalizada de urgencia supuestamente a causa de unos medicamentos surafricanos que ingiere para ¡adelgazar!; o una buena, tan buena, como Jessica Cediel, que se enferma tratando de aumentarse ¡la cola!, el atributo más notorio que tenía, son un par de ejemplos de eso.
Y lo peor de todo es que todas esas flacas famélicas que solo almuerzan lechuga con agua, o las miles de “yayitas” que tienen más delantera que el Barça y mas retaguardia que el Ejército Rojo, no pasan tanta hambre, ni se han sometido a tantas cirugías para avivar el deseo masculino (así sea el de su marido barrigón), sino para despertar la envidia de sus congéneres. Porque así son. Todo el dolor, el riesgo y el dinero de la última “lipo” o de las ampolletas de botox o de los biopolímeros o del acido hialurónico que se han embutido, se les retribuye ampliamente cuando ven el brillo de la envidia en los ojos de sus mejores amigas.
El problema es que por andar buscando esa perfección femenina decretada por gays, los cementerios están llenos de bellos cadáveres femeninos para gusto de los gusanos que disfrutan lo que, tal vez, le negaron a un humano.
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