Las otras Emmas
“Ojalá alguna vez la vida sea como el cine”
Un dolorosísimo libro recientemente publicado póstumamente por la artista plástica Emma Reyes puso de presente el drama de los niños abandonados por su familias en manos de la iglesia o en la de particulares que, en nombre de Dios o por razones sin nombre, terminaban esclavizándolos en labores domésticas y sometiéndolos a tratos inhumanos e inclusive abusos sexuales.
En el caso de Emma Reyes, que ocupa su vida de 1924 a 1940, la situación tuvo un final relativamente bueno, en tanto pudo escaparse del convento y hacer su propia vida por Argentina, Uruguay y Paraguay hasta llegar a Paris, donde murió en 2003.
Sin la belleza literaria de Memoria por Correspondencia, donde se condensan 23 cartas que relatan la vida de la señora Reyes, la sentencia T-1078 de 2012 de la Corte Constitucional (M.P. Jorge Pretelt), destapa un drama peor y más doloroso. Se trata de una niña que en 1964, a la escasísima edad de 7 años, fue entregada en Anzoátegui (Tolima) , como si se tratara de un semoviente, mediante un supuesto “contrato de adopción”, a la familia del capitán Vitaliano Sánchez Castañeda que por esa época se había desempeñado como alcalde militar de ese municipio.
La entonces niña fue mantenida en estado de esclavitud durante más de 6 años, sometida a maltratos físicos, abusos sexuales y “prestada” de casa en casa de las familias Sánchez-Beltrán-Franco, sin recibir remuneración ni educación, hasta que logró fugarse con ayuda de un conductor de la Armada Nacional.
Rompe el alma leer los sufrimientos que debió padecer la accionante de la tutela, pero sobre todo, constatar que el principal cómplice de esa clase de situaciones es el propio Estado que a pesar de tener múltiples agencias de protección de la infancia, de búsqueda de desaparecidos, de lucha contra la trata de personas o de administración de justicia, no pasan de ser organismos burocratizados compuestos en el mayor de los casos por empleados sin ninguna sensibilidad por el trabajo que eligieron hacer.
Cómo será la situación de la peticionaria que lo único que quiere con la tutela es saber qué pasó con su vida y por qué la victimizaron al punto de negarle incluso su propia identidad. Solo hace dos dramáticas preguntas a sus demandados: “¿No les da vergüenza?; ¿Por qué sí y por qué no?”.
No obstante lo grave del asunto puesto en conocimiento de la justicia, los Jueces de primera y segunda instancia le negaron la protección de los derechos y fue la Corte Constitucional la que después de más de un año de práctica de pruebas, finalmente concedió el amparo.
La Constitucional protege los derechos fundamentales a la identidad, a la familia, a la justicia, a la verdad, a la reparación, a la libertad, a la integridad sexual y a la dignidad humana de la peticionaria, disponiendo entre otras cosas que el Mininterior se apersone del asunto y que los demandados indemnicen a quien explotaron, hasta ahora, impunemente.
No está mal que, como dice una amiga, alguna vez la vida sea como el cine y no el cine como la vida.
@Quinternatte