HUGO QUINTERO BERNATE | El Nuevo Siglo
Lunes, 18 de Febrero de 2013

Silenciador silenciado
<BODY TEXT>SU Santidad Benedicto XVI está a punto de convertirse en el R.P. Ratzinger, después de sorprender al planeta con su renuncia. Una decisión como esa no se veía desde tiempos de Celestino V por allá en el siglo XIII, quien también renunció por no ser capaz de enfrentarse a todas las intrigas de poder que se esconden tras los augustos muros de la Santa Sede.
No deja de ser paradójico y tal vez haya mucho de justicia divina o por lo menos poética, en que sea precisamente Benedicto XVI el Papa que renuncie alegando falta de energía para enfrentar las divisiones del “cuerpo eclesial” o para imponer su versión de la Iglesia que él quiere.
Sorpresivo que esas sean las causas de la renuncia pues si en algo ha mostrado experiencia y conocimiento Benedicto XVI es en imponer y acallar voces discordantes dentro del catolicismo. El cardenal Ratzinger fue durante mucho tiempo jefe supremo de la Congregación Para la Doctrina de la Fe, la agencia vaticana encargada de velar por la ortodoxia de la doctrina católica, por el mantenimiento de una hermenéutica única y centralizada de los textos sagrados y por el respeto absoluto a los dogmas.
Esa agencia, que antes era la Congregación del Santo Oficio, es decir, la mismísima Inquisición que llevó tanta gente a la hoguera bajo cargos de herejía, fue manejada por Ratzinger con mano de hierro. Pero como Cardenal jamás se pronunció o le hizo juicios a nadie por corrupción, pederastia, negociados, prevaricaciones o desviaciones de fondos. Aunque todos esos hechos constituyen pecados graves, la jerarquía vaticana siempre los toleró o los mantuvo en conveniente silencio.
En contraste, el poderío vaticano siempre se movilizó en contra de todos los líderes de la teología de la liberación, latinoamericanos en su mayoría: Helder Cámara, Leonardo Boff, Ignacio Ellacuría o Jon Sobrino, o el muy alemán y condiscípulo, Hans Kung, sufrieron en carne propia la furia ratzingiana por afirmar como doctrina central de su credo que no hay mayor pecado que la desigualdad.
O por intentar, como en el caso de Jon Sobrino, la construcción de una cristología a partir de un Jesús histórico porque “para que la causa de Jesús siga adelante, es muy importante recuperar la ‘persona’ de Jesús”.
Eso precisamente es lo que necesita la Iglesia Católica para su propia salvación: un Papa que decida recuperar al Jesús histórico, pero esa parece una utopía, porque de hacerlo, la jerarquía del clero terminaría por predicar, con aquellos que ha silenciado por tantos años: que la “opción de los pobres” proviene del propio Jesús. Y, de seguir el ejemplo del Jesús vivo, muchos tendrían que autoexpulsarse del Templo, por mercaderes.
El papel de la mujer en la Iglesia, la aceptación de la homosexualidad como otra forma de amor, la del aborto como una posibilidad cristiana de protección de la madre o la del uso del preservativo como acto de amor responsable, son temas que deben abordarse, al tiempo que se ocupe en los problemas de corrupción interna que hoy son tan inocultables que hasta el Papa habla de ellos.
@Quinternatte