¡Cuidado con los enredos!
A estas alturas no se sabe si fue bueno o inconveniente que el doctor Santos hubiera recibido en el despacho presidencial al señor Capriles. Unos dicen que sí y otros critican sin reservas. Lo cierto fue que se armó un problema tremendo y se pusieron en jaque las relaciones diplomáticas de Colombia y Venezuela, por la dura reacción del presidente Maduro y su gobierno. Las Farc también replicaron.
Ocurrió a renglón seguido que Julio Roberto Gómez, presidente de la Confederación General de Trabajadores, recibió un panfleto intimidatorio por medio de un escrito firmado por las Farc y muchos medios de comunicación, sin antes examinar y comprobar el origen de la amenaza, elaboraron conjeturas para encartar al grupo guerrillero. Julio Roberto Gómez es una persona sobresaliente del sector social y el más respetado de los dirigentes sindicales. Es serio, reflexivo, colaborador, constructivo e insobornable vocero de la causa de los trabajadores colombianos. Es cierto fue objeto de amenazas, a las cuales hay que ponerles mucho cuidado. Pero es difícil creer, suponer siquiera, que son amenazas de las Farc. Hubiera sido demasiado ordinario y torpe. La guerrilla, al conocer las declaraciones oficiales, se consideró agredida por falta de confianza.
El caso de la OTAN produjo nuevas discrepancias. Hubo falta de precisión en el concepto presidencial o a su declaración se le dio un alcance que nunca tuvo. El Ministro de Defensa aclaró la situación: “Ni queremos ser miembros, ni podemos. Solo se trata de hacer convenios de colaboración”. Pero el revire venezolano fue grande, en unión de varios países de ALBA.
Tantos enredos no sirven. Las relaciones con Venezuela comenzaron a deteriorarse y esa no es una buena situación. Después de que con tanta inteligencia se superaron las dificultades que surgieron entre los dos gobiernos anteriores -Chávez y Uribe-, con perjuicios para los dos países, no se debe regresar a ellas. Colombia y Venezuela se necesitan mutuamente por distintas razones: históricas, culturales, políticas, comerciales, de vecindad. Miles y miles de habitantes en un lado y en otro de la frontera, se quieren, son parientes, socios, amigos, contertulios, compañeros de estudio y de trabajo, en fin, una sola y gran familia que se afecta cuando se altera el genio de los de aquí con los de allá y viceversa.
Un amigo de la frontera me dijo el otro día: “Las peleas de los presidentes las conocen en Bogotá y en Caracas por lo que dicen los periódicos y la televisión, pero aquí en la frontera las sentimos en carne propia y nos afectan muchísimo”. Es verdad. Hay que ser conscientes de ello.
Claro que lo de la paz también importa. Y mucho. Es lo más importante que estamos tramitando los colombianos. No hay duda de que el Gobierno venezolano ayuda a conseguirla. No es que por ello tengamos que aceptar ofensas, descortesías o chantajes. Pero sería una bobería grande echarla por la borda. Aquí y allá hay gente “echando carbón”. No les prestemos atención.