A Rey muerto, Rey puesto
El Sumo Pontífice no ha fallecido. Pero la expresión del título de esta columna también se utiliza cuando una persona deja definitivamente de ejercer un cargo o una dignidad. Quiere decir que la inmediata preocupación de la organización en la que se produce la vacancia es la de proveer el reemplazo. Es el caso que se vive en la Iglesia Católica por la renuncia de Benedicto XVI.
No obstante que las deliberaciones del Cónclave, la reunión de Cardenales que elige al Papa de los católicos, es secreta, se alcanzó a saber que cuando murió Juan Pablo II no hubo inmediatos acuerdos para escoger al sucesor. Como se dice en el lenguaje vulgar, se echó por la calle del medio y se decidió elegir a un Papa de transición, a monseñor Joseph Ratzinger, quien reunía requisitos suficientes para ejercer el noble oficio, pero además tenía 75 años. Se comentó a voces en todas partes: no durará mucho y mientras tanto se lograrán acuerdos.
Pues duró bastante. Diez años y todavía está bien vivo. Solo que en una elogiable demostración de sensatez y responsabilidad renunció al papado para que otro Cardenal, con mas energía y seguramente con mayor lucidez, ocupe sus divinas funciones. Nada menos que representar a Dios en la Tierra.
Nadie sabe cómo están ahora las cosas en el Cuerpo Cardenalicio. Seguramente muchos de los que eligieron a Benedicto XVI ya murieron o llegaron a la edad de retiro forzoso, que entiendo es a los 75 años. Y se trata de una elección, en cuyo desarrollo hay intereses en juego, por altruistas que sean. De región, de generación, aun de política, porque en el seno de la Iglesia hay sectores muy conservadores, otros moderados y algunos bastante modernos y liberales. Y porque los Cardenales, en su elevada condición intelectual, moral y espiritual, son mortales de carne y huesos.
La Iglesia Católicaes una venerable Institución que cuenta con seguidores a todo lo largo y ancho del mundo. Su influjo en las comunidades que profesan su doctrina es enorme. Es, además, un Estado reconocido por las Naciones Unidas y goza de enorme prestigio y liderazgo. No faltan críticas ni ha estado exenta de equivocaciones, generalmente de algunos jerarcas y sacerdotes. Pero goza de respetabilidad y notable autoridad en diferentes campos. De ahí la importancia que tiene la designación del sucesor de Benedicto XVI, quien en pocas semanas pasará al anonimato frente a las expectativas que generará su reemplazo.
En Colombia la Iglesia Católica es escuchada y respetada. En muchos aspectos diferentes a la conducción espiritual de su numerosa feligresía, marca la pauta. En estos días todos celebramos su decisión de apoyar el proceso de paz que el gobierno del Presidente Santos adelanta con las Farc. En lo social, en lo educativo, en la formación de buenos colombianos, por fortuna está presente la Iglesia.
Benedicto XVI hizo una gran labor al frente del catolicismo. Su sucesor tiene un buen ejemplo a seguir.