HORACIO SERPA | El Nuevo Siglo
Miércoles, 17 de Octubre de 2012

Quiero morir dignamente

 

Me encuentro bien de salud. Hace menos de dos meses nos practicaron a Rosita y a mi los exámenes ejecutivos en la Clínica Reina Sofía y pasamos con buenas calificaciones. Estoy bien de la tensión arterial, bien del corazón, salió buena la prueba de esfuerzo, la ecografía de órganos vitales y la endoscopia estomacal también resultaron buenas. Si, claro, también me examinaron la próstata: antígeno prostático, ecografía y tacto rectal. Los tres exámenes bien.

Manifiesto que no me quiero morir. Vivo feliz, con Rosita, Sandrita y Andrés con Sebastián y Nicolás, Rosita hija, Horacio José y el resto de familia. También soy feliz con los amigos, con mis actividades. Amo la vida.

Para escribir este artículo hablé con Rosita. Al principio no estuvo muy de acuerdo pero finalmente accedió. ¿Por qué le comenté? Voy a escribir sobre la muerte y no quiero que ella o nuestros chicos se sientan incómodos. Los párrafos anteriores son para que nadie crea que estoy en artículo mortis.

En el Congreso se está tramitando un proyecto de ley que busca la aprobación de la eutanasia, por virtud de la cual sería permitido en Colombia inducir la muerte para evitar sufrimientos a los pacientes terminales o a quienes habiendo perdido sus funciones intelectuales no tienen oportunidad ninguna de recuperación. También para evitar sufrimientos a los allegados y gastos injustificados que muchas veces arruinan a las familias sin ningún sentido.

Estoy de acuerdo con que eso se haga y como ciudadano solicito a los congresistas la aprobación del proyecto de ley. Es humanitario y de elemental solidaridad social. No es justo con el paciente ni con sus seres queridos prolongarle la vida artificialmente. Lo rechaza la ciencia médica. No es aceptable que se interpongan razones religiosas sabiendo que Dios es el Ser mas justo y comprensivo.

La muerte es parte de la vida. Nadie está exento de padecer graves enfermedades irrecuperables o de sufrir accidentes traumáticos. Grato es vivir mucho tiempo, pero con la vejez prolongada llegan procesos degenerativos y la irremediable pérdida de las funciones vitales, entre ellas la memoria. No vale la pena estar muerto en vida.

Considero reprobable que a una persona otrora inteligente, alegre, diligente, productiva, eficiente, se le condene a permanecer postrada en una cama, inútil, sumida en el dolor y la desesperación o ida, sin consciencia.

No deseo ser una de esas personas. La vida se agota cuando no se puede ser feliz ni hacer dichosos a los demás. Si no se puede pensar, no hay vida. No hay vida cuando se inspira lástima. Solo respirar y quejarse, no es vida. La llamada vida vegetal es peor que la muerte. La panacea para estas horas críticas es la eutanasia.

Quiero morir dignamente. Y el día esté lejano, como escribió Barba Jacob. Quiero irme tranquilo, sin sufrir y sin hacer sufrir, decorosamente como he vivido, recordando a Amado Nervo: “Amé, fui amado, el sol acarició mi faz. ¡Vida nada me debes! ¡Vida estamos en paz!”.