MEDITACIONES
Los árboles y el agua
EL ÁRBOL es el símbolo de la paciencia y la serena altivez. Sus raíces hondas escuchan la lenta oscilación de la Tierra y sus ramas se elevan hacia las estrellas. El árbol es amigo del sol y de la luz, del aire y la libertad. De un fragmento de caña se hizo la primera flauta. Las aves buscan por la noche los árboles, porque les gusta dormirse en medio del silencio y de la paz.
El hacha lo desgarra, el fuego lo aniquila. En la hoguera prorrumpen gemidos, en un reproche resignado por el tormento a que se le somete. El árbol hecho ascua ilumina con una última llamarada a quien lo sacrifica.
Newton, meditando bajo un árbol, arranca a la naturaleza sus secretos. Hernán Cortés, en México, llora al pie de un árbol.
En lo más alto de una rama se prende un lábaro o una bandera. El árbol triunfa hasta de la muerte, cuando se hace cruz para los redentores.
El árbol estimula el amor. En la novela “La María” de Jorge Isaac, lo principal son los árboles. Los amantes buscan en los parques viñas florecientes cargadas de racimo en sazón y bosques de Álamos y Cipreses olorosos.
La selva de la lección de la fortaleza, con los troncos apretados para resistir los siglos, los huracanes y las tempestades. El árbol solitario es la lección de la meditación filosófica. El pino hace amable la dureza y la peña. El sauce forma manantiales generosos con sus lágrimas.
El árbol es el gran arquitecto. En algunas regiones orientales es el dios que levanta la moral. Dos ramas que se cruzan son el cristianismo. Construye la crónica y la historia. En su corteza se graban los hechos humanos y son transmitidos de siglo en siglo. El árbol construye civilizaciones. Un tronco horadado cruza los mares antes que la carabela de ayer y el acorazado de hoy. Sus ramas fabrican ciudades. El árbol es constructivo hasta cuando muere. Su último despojos le da vida, lumbre y calor al hombre, y sus frías cenizas son el semillero de nuevas ideas. Toda la vida sobre el planeta puede sintetizarse en un árbol... En el campo, es el rey que domina. Amemos el bosque. Podemos defenderlo de sus naturales enemigos, el rayo que gusta de las cumbres, los insectos que se multiplican en la inquietud del bosque, los roedores que taladran y las serpientes que se enroscan.
El enemigo más terrible del árbol es el hombre. Protejamos al árbol y cantemos sobre sus ramas el himno de la esperanza. Sembremos árboles. Acerquémonos al árbol, que él nos tiende sus brazos fraternales con amor. Pensemos bajo su sombra.
Los árboles son la alegría y el porvenir. El árbol nos dará los laureles para nuestras frentes y más tarde guirnaldas para la tumba de nuestras madres y jazmines para la mujer amada. El árbol dará agua y pan en los desiertos de la vida. El será nuestro guía y vuestro amigo en los caminos y en la lucha. Y cuando llegue la hora en que la tierra madre recoja nuestros cuerpos en el eterno regreso, un árbol señalará nuestro lugar de reposo y por su savia ascenderán luminosamente nuestras cenizas para confundirse en la tierra. El alma inmortal reinará en la punta de una rama, y por las noches, a la hora en que el céfiro descienda sobre las tumbas, las ramas rozarán los hilos de las estrellas, suspendidos, como cuerdas de oro entre el follaje.