Horacio Gómez Aristizábal | El Nuevo Siglo
Sábado, 19 de Septiembre de 2015
EL MACHISMO
 
La familia patriarcal
 
Spenglerrepetía: que no era verdad la sentencia liberal, según la cual la sociedad descansa en el individuo. La sociedad tiene como soporte la familia. Y la familia colombiana es bien singular. Nuestro hogar
marca para siempre al niño o la niña. Es vital en la formación de la
personalidad de un individuo, la infancia de su vida. La niña es educada en el sentido de la virtud, de la absoluta represión sexual, de la
fidelidad, y sobre todo de la paciencia y de la abnegación.
 
Su contraste con los hermanos varones es notable. Todo lo que le es permitido al varón le es negado a ella; lo que se le perdona el varón, no
se le perdona a la niña o adolescente, (fumar, emborracharse, amanecer fuera de la casa). Se inculca que el hombre es hombre, y por este solo hecho, tiene una serie de privilegios de los que carece la mujer.
 
El ejemplo prepotente del padre en el hogar impacta vivamente a la
niña y al niño. Se aprende que la misión de la mujer en el matrimonio
es comprender, obedecer, tolerar y perdonar. El niño sabe que cuando se casa, en el plano doméstico el hombre es el gallo. A la niña se le graba para siempre que su destino es ser sumisa, dócil, de buenos modales y de actitudes delicadas.
 
La familia colombiana es patriarcal por factores históricos, psicológicos, económicos y sociales.
 
La adolescente capta el aire de superioridad que se le inculca al hombre. La mujer es en todo sentido infravalorada. El hombre casi siempre tiene la razón. Es poderoso, pues es fuerte y debe imponerse; la mujer, por el contrario, debe siempre aceptar, estar silenciosa. El colombiano crece y se educa en un ambiente predominantemente masculino; lo femenino no tiene la misma trascendencia; esto se prolongó en la escuela y en el medio social. No se ve en los juegos al niño muy mezclado con las niñas; y no comparte el mismo gusto en materia de juguetes. Al hombrecito le obse­quian pistolas, rifles, cuchillos, balines, carros. A la mujercita la abruman con bellas y delicadas muñecas, pañales y objetos delicados.
 
Los mismos colores juegan un papel importante. Para la niña abundan los rosados, los blancos, los tonos suaves. Para el niño el rojo, el amarillo, el negro y otros tonos afirmativos. Los mayores mandan a los jóvenes a jugar fútbol o simular guerras entre pelotones de plástico. A la niña la mandan a cocinar, lavar, planchar o cargar a los hermanitos de menor edad. Si un niño se aficiona por las muñecas se le califica de afeminado y si una niña resulta con hábitos masculinos se expresa que es un marimacho.
 
 
Al niño a los 5 años se le enseña empuñar pistolas, montar a caballo y hasta le pintan bigotes. Así se va identificando el niño con el padre, buscará la compañía de hombres y se portará con ademanes varoniles y hasta rudos y crueles. Todo esto conduce el machismo. El machismo es una forma de auto-afirmación, es la manera de demostrar a los demás que vale, que es hombre, (triste confusión: hombre y macho), en una forma tan notoria que en el fondo se advierte una profunda inseguridad, una terrible duda del propio valer, de la propia masculinidad.