HORACIO GÓMEZ ARISTIZÁBAL | El Nuevo Siglo
Domingo, 13 de Abril de 2014

Desafíos para los parlamentarios

 

Son   muchos los problemas de Colombia. Todos graves e inaplazables. Quizá el más dramático es la corrupción. Impera una terrible sentencia popular. Es esta: “Robar al Estado no es delito”. Y se agrega: “No me robe a mí, robe al Gobierno”. Muchos con frescura y cinismo exclaman: “Los primeros mil millones se hacen de cualquier manera que la honradez viene después poco a poco”. Ningún respeto merece una comunidad que no sienta asco ante el delito. No solo los políticos, muchos altos magistrados y destacados empresarios se ríen de los valores y los principios. Gustan sacar beneficio propio de las altas dignidades. Por eso impera el nepotismo, la indelicadeza, el tráfico de influencias y el rechazo a la moral y a la ética. No faltan los que caen al presupuesto como un ejército de ocupación.

Numerosos parlamentarios recibieron sumas enormes para supuestas obras en sus regiones. A este privilegio se le llamó “mermelada” y sirvió para motivar al elector y para enriquecimientos censurables. Los mismos altos salarios -en un país pobre y atrasado- constituyen un bofetón contra la equidad y la justicia general. El 90 por ciento de los sueldos son muy limitados por la supuesta debilidad fiscal.

El subdesarrollo es otro azote destructor. Subdesarrollo significa analfabetismo intelectual y funcional, explosión demográfica, escasez de capital, desempleo, informalidad, desnutrición, delincuencia, falta de vivienda, miseria en la infraestructura, discriminación educativa, falta de hospitales, salud mediocre, concentración alarmante de la riqueza.

Tenemos infinidad de gentes campesinas y también de la provincia, de los más bajos estratos económicos y culturales, excluidas en todo sentido, sin destreza técnica ninguna, que vegetan sin oficio a modo de parásitos sociales. Son los grupos marginados. Un día resuelven emigrar a las capitales más cercanas y populosas, en la esperanza de conseguir trabajo. Pero en las ciudades hay también desempleo y exceso de población inútil.

Tras la estéril porfía de hallar ocupación, invaden terrenos más allá de los suburbios y se amontonan en tugurios cubiertos con pedazos de cartón y lata, desprovistos de todo, donde siguen marginados, en situación infrahumana.

Las urbes de Colombia conocen muy bien ese fabuloso orbe de barrios de los desheredados de la fortuna, que son el fruto de la violencia, la miseria y el ocio y, remotamente, de la velocidad del crecimiento demográfico.

Si por razón del subdesarrollo las gentes no encuentran empleo, se pone automáticamente en peligro el equilibrio económico, social y político.

En Colombia, cada año, 500.000 personas necesitan ingresar al trabajo. Las oportunidades son escasas. “No hay cama para tanta gente”. Tenemos que crear empresas, grandes y pequeñas, financiar a los pobres, adiestrarlos y capacitarlos, e impulsarlos al menos al comienzo.

Acentúan el desempleo: la mecanización en el agro y la automatización en el sector urbano. El analfabetismo es en todos los sentidos. La baja cultura es fatal.

La educación es más verbalista que técnica.