HORACIO GÓMEZ ARISTIZÁBAL | El Nuevo Siglo
Domingo, 16 de Marzo de 2014

La muerte de un gran científico

 

Pensamos a veces que la ciencia es algo inerte -pura abstracción-, donde nada se mueve y el espíritu es dominado por la actitud contemplativa. Gran error. El científico de verdad, el innovador, vive en ‘milicia contra la malicia’, interroga, cuestiona, investiga, produce y vive haciendo aportes a la academia, a la sociedad y al mundo de los conocimientos. Por eso ha dolido tanto la muerte de uno de nuestros científicos de avanzada, catedrático, expresidente de la Academia Colombiana de Historia y varias veces galardonado por centros humanísticos, doctor Santiago Díaz Piedrahita. Este valioso colombiano llevó a cabo trabajos de recolección de material botánico en todo el país, con un resultado de 4.850 números de referencia. Fue profesor invitado por el Jardín Botánico de Madrid y perteneció a varias academias de España, Puerto Rico, México y Argentina. Escribió artículos científicos para revistas especializadas europeas y latinoamericanas. Los gobiernos de Estados Unidos y de España lo beneficiaron con becas especiales.

Se mostró Santiago Díaz Piedrahita como un académico excepcional. Poco amigo de dogmatizar, prefería formular interrogantes y hacer una serie de aproximaciones a cada tema, señalar errores y emitir su personal juicio de valor. Científico sin compromisos. Se alejaba de lo convencional, lo rutinario y lo mediocre. No se matriculó en ningún círculo cerrado, pues era hombre de puertas abiertas, cordial, comunicativo y excelente conversador. Ningún conocimiento le fue extraño; lector incansable e investigador apasionado.

Criticaba los fundamentalismos y los fanatismos. Respetaba el derecho a disentir, el desacuerdo y la controversia.

En las academias Santiago Díaz Piedrahita se hizo sentir, por su entereza, su erudición y su sólida formación intelectual. Jaime Posada como presidente de a Academia Colombiana de la Lengua elaboró un denso decreto de condolencia. El doctor Juan Carlos Rodríguez Gómez pronunció un emotivo discurso en sus exequias. Su esposa Clemencia leyó una sentida página, en el Gimnasio Moderno, lugar en el cual se realizaron las honras fúinebres.

En la ciencia vivimos y somos. Si uno no se mete con la ciencia, la ciencia se mete con uno. Nadie puede sustraerse a los poderosos avances científicos. Santiago Díaz creía en la libertad. Creía en la posibilidad de la superación individual que lleva al hombre hacia formas más amplilas o más plenas del ser. Creía en la capacidad del hombre de elegir, de escoger en cada instante de su existencia entre muchas opciones, ese único acto ético que elabora y dicta la conciencia propia.

Santiago fue un académico brújula. Un investigador consumado. Veía más lejos que sus conciudadanos. Supo llegar a las más altas dignidades universitarias por sus propios méritos. Sacudió el ambiente académico con sus estudios y sus hallazgos. Enriquecía con sus exposiciones, daba luz con sus originales planteamientos. Prefirió dar el impulso a recibirlo. Su juventud espiritual era contagiosa. Nunca improvisó. Todo lo maduraba. Su muerte deja un vacío inmenso.