HORACIO GÓMEZ ARISTIZÁBAL | El Nuevo Siglo
Domingo, 1 de Diciembre de 2013

El Serrano Blanco de Eduardo Durán

 

¿Quién  niega la grandeza tribunicia de Jorge Eliécer Gaitán? Gaitán como agitador de multitudes era colosal, digno de todos los elogios y ditirambos de que ha sido objeto en multitud de libros. Pero cerca a Gaitán y aun superándolo, tenemos otros oradores fenomenales como Rojas Garrido, el tempestuoso parlamentario Laureano Gómez -hombre a quien solo se podía amar u odiar  según Valencia-, Miguel Antonio Caro, -dialéctico magistral- Carlos Lleras Restrepo, los Leopardos y el impactante Alberto Lleras Camargo.

El macizo investigador histórico Eduardo Durán Gómez -autor de obras memorables- ha rescatado del olvido al inmenso orador Manuel Serrano Blanco, quien dejó huella de león en el Capitolio, en los más exigentes ambientes académicos y en la plaza pública. Cuenta Eduardo Durán Gómez que muy joven Manuel Serrano Blanco fue invitado a la capital del Cauca y en su discurso afirmó: “Colombia mira a Popayán cuando necesita un presidente para su pueblo, un arzobispo para su Iglesia, un general para sus guerras, un sabio para la ciencia o un poeta para que cante sus glorias”. Y agrega Eduardo Durán: Serrano Blanco escuchó propuestas, ante la solicitud de comprar una finca o granja cerca a Bucaramanga. Un agricultor ofreció a buen precio una propiedad con magnífica producción de caña. Otro manifestó vender una hacienda con excelente capacidad para engordar novillos. Serrano Blanco al rechazar todas las ofertas, puso un aviso en Vanguardia Liberal que decía: Compro un paisaje. En otra ocasión, Serrano Blanco pagó el doble de la multa impuesta, por un funcionario. Éste sorprendido preguntó: “¿Y por qué pagó el doble de la sanción?”. “Es que voy a repetir delante de usted mi concepto sobre el querellante: “¿Es un cobarde? un traidor, un sinvergüenza”.

Todos los tratadistas lo afirman. Una cosa es leer la elocuencia escrita, otra, totalmente diferente es oír, ver y palpar al gran orador en su momento culminante. La escritura es algo que no tiene vida. ¿Dónde está el gesto que arrebata, la mirada que electriza, el grito que sacude, la frase que emociona? ¿Dónde está el soplo que agitaba la idea como un huracán? He aquí el discurso hermosamente reproducido en un libro. Pero ¿dónde está el público ansioso que lo escuchó, el momento propicio para el insulto feroz, el aplauso ardiente que enloquecía al auditorio? Hay que decirlo desde ya; en todo discurso concurren tres elementos: el pensador, el comediante y la oportunidad de lo que se expresa. El pensador perdura, pero el comediante muere con el tribuno.

Otra cosa que se destaca de Serrano Blanco es su entereza, su coraje, su velocidad mental su amor vertical por la patria. Hablando de Vargas Vila, Horacio Rodríguez Plata recordaba esta frase: “La belleza en una mujer sin virtud es como el talento en un hombre sin carácter, un elemento más de prostitución”. A  Serrano Blanco no lo desmoralizo ni la adversidad, ni la derrota. Nada, ni nadie pudo abatirlo. Se mantuvo enhiesto con sus odios y sus amores, sus fortalezas y sus criticadas debilidades humanas.

Hermosa la biografía de Serrano Blanco escrita por el prestigioso académico Eduardo Durán Gómez. No podemos olvidar a nuestras grandes figuras. Existen olvidos literarios tan funestos como los irreparables errores judiciales. Hemos sido injustos con grandes prohombres de la patria. José Camacho Carreño, dueño del rayo de la elocuencia, poco o nada significa para las nuevas generaciones. La patria está conformada, por los vivos, por los muertos gloriosos y por la algarabía esperanzadora de las cunas.