HORACIO GÓMEZ ARISTIZÁBAL | El Nuevo Siglo
Domingo, 10 de Noviembre de 2013

Mujeres y delitos

 

Es  un hecho cierto, que las estadísticas confirman; la criminalidad de la mujer es muy inferior frente a la delincuencia masculina. Cuando 10 mujeres violan la ley, 90 hombres son investigados por comportamientos ilícitos. Algunos sociólogos y criminólogos consideran “delito la prostitución”. No faltan los que atribuyen astucia y habilidad a la mujer en la ejecución de algunos delitos claves. Actúan cerebralmente, manipulan a los hombres y en los procesos con gran sagacidad, escapan a la acción punitiva. Si en las estadísticas no figuran las damas livianas, en lo masculino también se excluyen a los vagos, los rufianes, los alcohólicos y los avivaos. No hay que confundir el delito con las condiciones que lo facilitan.

Anatómicamente el hombre es más fuerte y la mujer ha sido conformada básicamente para la procreación y crianza del hijo. Esto hecho la inhabilita para multitud de delitos. En mayor proporción el hombre lucha en la calle por el “pan” y la mujer lo “administra”. No en términos absolutos, pero sí en un buen porcentaje, el hombre “para la calle y la mujer para la casa”. El embarazo, el alumbramiento, el cuidado y alimento del niño, alejan a la mujer de muchas ocasiones de extravío. La fuerza que se requiere para la ejecución de algunos delitos, aparta a la mujer de la delincuencia. Las autoridades, tanto ejecutivas como judiciales tratan con mayor benignidad a la mujer. Por esta circunstancia las estadísticas son favorables al sexo débil.

Durante toda la vida la mujer es más vigilada y amparada por los padres, los hermanos, los tíos y allegados. La mujer es más devota y respetuosa que el hombre en cuestiones de fe. Su pudor, sus creencias religiosas, sus convicciones íntimas, la controlan y la inhiben con fuerza avasallante.

El machismo masculino, la libertad que rodea el hombre, su lucha por la vida lo hace más laxo frente a la normatividad ética y moral. Así lo demuestran la estadística y la experiencia cotidiana.

A la mujer se le inculca que nace para el recato, para la obediencia, para la resignación y el sometimiento. El hombre crece en un ambiente de mando y dominio, de independencia y fortaleza física y espiritual. A la niña la familiarizan con cunas, pañales y juguetes anodinos. El hombre manipula armas de fuego, camiones y elementos enérgicos.

Los abortos e infanticidios son cuestión de un grupo especial de mujeres, que por temor a la “deshonra” o la “miseria” cometen estos actos. Por el mismo ambiente de clandestinidad en que ocurren estos casos, no siempre son investigados y castigados por las autoridades competentes.

La criminalidad femenina aparece con mayor frecuencia en dos delitos, hurto de almacenes, centros comerciales y hurto doméstico. Al primero va la mujer empujada por la afición a los adornos y frivolidades, por capricho o por antojo. En el hurto doméstico obra la facilidad con que puede sustraer objetos de los dueños de la casa.

Se afirma que la mujer incurre con frecuencia en el delito de falso testimonio, por la imaginación fantástica, que abulta o deforma los sucesos, por su condición social o familiar, no siempre pacífica, sino a veces conflictiva. La crisis moral es otro elemento que estimula el delito. Abundan los antivalores. Se ha impuesto el “todo vale”.