La personalidad avasalladora de Abraham Lincoln llena muchísimas décadas de historia política, económica y humana. Desde muy joven fue objeto de luchas y controversias, de violentas acometidas y de apasionadas adhesiones, de ardientes polémicas que no van a silenciarse en el futuro.
La película que se presenta sobre una de las etapas más trascendentales de la historia de los Estados Unidos -la libertad de los esclavos-, protagonizada por el genial líder Abraham Lincoln, ha suscitado una encendida discusión sobre muchos puntos vitales. Mi gran amigo Omaro Silva y la intelectual Zamira Silva me motivaron para ver este filme extraordinario. ¿La aborrecida sentencia de Maquiavelo: “El fin justifica los medios”, aplicada por Lincoln a la fogosa campaña encaminada a extirpar la ignominia de la esclavitud es válida? ¿Un hombre puro puede cometer actos impuros? ¿Sobornar, comprar votos con puestos públicos, halagar bochornosamente a un parlamentario para un fin bueno es plausible? He ahí la pregunta del millón. Los republicanos de EE.UU. querían cohesionar al país eliminando a los racistas e insertando con toda la plenitud de sus derechos a los hombres de color. El otro gran partido, el demócrata, se oponía. Este obstáculo resultaba catastrófico. De ahí la consigna de lograr la mayoría acudiendo a todos los recursos habidos y por haber.
La realidad es que el universo mundo ha endiosado a Abraham Lincoln como caudillo, como estadista, como pensador y apóstol inigualado en la agitada vida norteamericana.
En sus dos presidencias, Abraham Lincoln hizo prodigios. Fue de esos gobernantes que hacen saltar a un pueblo de la cima de un siglo a la cresta del otro. Practicó la tolerancia y el libre examen. No le tuvo miedo a la grandeza. El aspecto que más me impacta es su devoción por los humildes. Creyó en los de abajo. Y con sentimiento pragmático sostuvo: ‘Los privilegiados solo pueden consolidar su poder apoyando a los marginados, estimulando a los miserables y concediendo la libertad a los esclavos’.
En mi libro La decadencia del pueblo colombiano -Plaza y Janés, cinco ediciones agotadas- digo lo que sigue sobre los negros: “La humanidad es una y todos los seres humanos tenemos un mismo Dios creador… Las semejanzas entre los hombres son mil veces superiores a las diferencias… Solo la cultura y otros factores cambian el carácter y la personalidad. No se ha demostrado que la mezcla racial conduzca a la degeneración… Cada ser humano no es sino una parte de la humanidad a la que está para siempre indisolublemente unido”. Lincoln fue hombre de chispa. Algunos mariscales se quejaron por el apego al whisky del general Ulises Grant, quien ganaba todas las batallas. Lincoln contestó: Ustedes deben tomar el mismo whisky de Grant, para que se conviertan en militares inderrotables.