La peor corrupción
Hemos pasado quince días realmente difíciles. Y es lógico que el ciudadano se sienta ofendido. Es cierto que eso no importa a nadie pero no puede dejarse pasar así como así. Todas las semanas, casi todos los días, sucede algo que desconsuela pero en estos días ha sucedido en el interior del Ejército una de las dos instituciones más queridas -la otra es la Iglesia- que precedieron la República. Lo que con ellas dos suceda atormenta. Que un político mienta, que un funcionario robe, que la justicia solo camine para golpear a algún desprevenido ciudadano que fue engañado y “paga el pato”, que los candidatos -seguro que mofándose en privado de sus posibles electores- se presenten como “salvadores” y dueños del “ahora sí”, todo ello es natural, es lo ordinario. Y no nos metamos con eso de las cortes, ni de los consejos superiores, ni de los “precarios sueldos” de los parlamentarios, ni de aquellos que reciben esas millonarias pensiones de hambre; tampoco con la gente respetable de los carruseles, de Interbolsa…
Pero molesta que sea ahora el Ejército quien padece de duros interrogantes. En efecto se han dado escándalos que dejan preguntas no respondidas y de contera se ponen en conocimiento respuestas tardías de escándalos hasta ahora no conocidos y gente que presumíamos eran de “los buenos” quedaron de repente convertidos en integrantes de “los malos” .
La confianza quedó herida. Ella es un gran valor ciudadano. La confianza es la base del respeto y se corresponden. Ahora el ciudadano -nosotros- no entiende y de repente tiene la tentación de pensar que quien se reputa como honrado es aquel a quien todavía no le han dado con el “precio”. Y el ciudadano se rebela porque tenemos amigos en la institución y creemos que son honrados… pero acude a veces la duda -dice alguno cansado de ser tomado por tonto-.
Un anciano interlocutor afirmaba: “ya no creo en nada y por tanto es hora de morir”. Leía una columna del general Valencia Tovar y afirmaba: “eran otros tiempos”. Yo tengo otros nombres para añadir pero lamentablemente en el ambiente general ha aparecido la decepción que es la enfermedad de quien ya no cree que esta sociedad “líquida” sea salvable.
La decepción es el momento de lucidez de un ciudadano irrecuperable porque ha sido ofendido en lo más íntimo.
¿Por qué cuando fueron ministros, consejeros, funcionarios altos no cumplieron con lo que ahora prometen? ¡Es terrible! ¿Por qué no se dice toda la verdad claramente? Queremos saber si podemos seguir confiando en quienes creímos y si su retiro -como debiera ser- los honra.
Qué bueno sería que mi anciano interlocutor muriera escuchando de la democracia siquiera una verdad.
A propósito me gusta lo escrito en el Escudo Nacional: “Libertad y Orden” pero veo que lo que nos define ha sido sustituido desde el 2002 por el distintivo chileno de “por la razón o la fuerza”, ¿será que cambiamos?