Suelten al sastre
ALGÚN derecho debe tener la persona individual a exagerar su importancia personal siempre que con ello no haga mal a nadie. En el pasado hubo quienes afirmaron haber asistido personalmente a Federico Nietzsche en su lecho de enfermo, otros de haber servido a Freud cuando se quejaba del cáncer que lo atormentaba. No faltaron quienes fueron amigos íntimos y consejeros de dirección de Fellini. Otros fueron amigos personales de Einstein o consejeros de De Gaulle. Y no faltan quienes se hayan graduado con honores y admiración suma en las grandes universidades del mundo que se inclinaron ante su genio latino, tanto que les bastó con un semestre para dejar clara la estirpe intelectual de nuestros mayores y de sus herederos. Todos ellos a los ojos de los comunes mortales llegan graduados con los máximos predicamentos pero en el momento de la posesión de algún cargo público resulta que tan solo se han ubicado como “candidatos a doctor”, predicamento que por lo común pasados cinco años ya no pueden utilizar. Luego todos ellos callan cuando se dice que es preciso que Colombia tenga más “doctores” según la norma internacional que es bien distinta a la nuestra en donde “todos lo somos mientras no se demuestre lo contrario”.
Nadie a estos pimpollos de buena sociedad los interroga ni los pone en ridículo. Tampoco lo hacen aquellos cazadores de fotografías con personajes públicos que los habilita para hablar del “íntimo amigo Mandela”, el amigo Bill, y otras linduras.
Todos estos por lo general son mitos privados que surgen cuando uno de los protagonistas fallece y entonces surgen aquellos que lo conocieron íntimamente. Las excepciones se pueden contar con los dedos de la mano: Llinás, García Márquez, y algún jefe de Estado o embajador como lo fueron en su momento Lleras, Ospina, Pastrana o interlocutores como Darío Echandía o el maestro Arciniegas.
Mitos privados, si, que cuando cobijan a una persona humilde como quien aparece como “sastre de los Papas” lleva a alguien a tratar de convertirlo en el hazmerreír de la comunidad colombiana. Al Papa le llevan verdaderas obras de arte los tejedores, los fabricantes de maletas, los orfebres y muchos más como dones, como muestras de simpatía y de agradecimiento y allí se reciben sin identificación ni tarjeta y a veces el donante logra una foto que ha de guardar toda su vida y mostrará a sus nietos contándoles: “Cuando yo era el sastre del Papa”. Mucho más auténtico este señor que aquellos que obtenían permiso institucional y rogaban luego por un cumplido de comisión para poder decir que habían asistido a una audiencia privada cuando en verdad la compartían en plena plaza con otras veinte mil personas. Dejen en paz al sastre que algo de lo hecho por él lo ha usado el Papa de seguro y a decir verdad deberá quien ha demostrado que mal lo quiere buscar otros temas más importantes.