El desorden mundial
Casi todos los análisis terminaban con una aspiración que daba el título al capítulo de “El Nuevo Orden Mundial”. Quienes tengan la curiosidad de consultar en todos ellos estaban la cuota de buenas aspiraciones de una serie de gentes que se creyeron en algún momento capaces de superar con buenas obras sus propios errores. Todo parece indicar que todo ello fracasó y lo hizo rotundamente porque a la vergüenza que alcanzaron a sentir algunos de los grandes líderes ahora están añadiendo el agravante del cinismo.
Las palabras han sido traicionadas y ya no significan lo que se quería que significaran. Nada es creíble y muy difícilmente a alguien se le puede creer lo que declara. Por todas partes se filtran las trampas. Basta solamente leer o escuchar el descaro y el cinismo con que hablan las Farc desde Cuba y el no menor de tanto politiquero nacional que hablan irresponsablemente y actúan más. Gabriel Valdés, significativo político latinoamericano, afirmaba que el término politiquería surge cuando se unen malamente la política y la porquería.
Todos los días se bombardea a la opinión con bellas palabras que son engañosas, se hace teatro barato con ellas a sabiendas de que dramatizándolas todavía se va a encontrar quien crea. Mi generación y las dos que la han sucedido ya no creemos y la generación que está llegando creerá menos. Hay -como se dice- una cierta sonrisa cuando recordamos aquel saludo de “bienvenidos al futuro” que no pasó de ser una mala ironía porque a todos nos dejó el mal sabor del engaño y el peor de haber sido tan ilusos de creer.
Tanta trampa publicada y publicitada. Se nos ha dicho que el mundo superará la pobreza, que se ganará la lucha contra el hambre y de seguro que la maestría de los expertos en estadística y maquillaje volverá a fabricar el ropaje de las nuevas mentiras y los reiterados desasosiegos de una sociedad que ya merece que se comience a aplicar algo de lo que contiene el concepto del “Bien Común”.
Difícil tarea porque la lógica de la globalización se ha fabricado sin una ética que le haga contrapeso al provecho de pocos. Y no es que el mercado sea malo sino que son malos los mercaderes, hecho que pone de nuevo de manifiesto que el mal trabajador siempre le echa la culpa a la herramienta.
Ateniéndonos a la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro se trata de aumentar los puestos en la mesa y no propiciar que los señores epulones devoren más para que caigan más migajas que consuman los que están debajo de la mesa. La riqueza es buena administrada socialmente. La Dama de Hierro -recién fallecida- hacía una interpretación magnífica de la parábola del Buen Samaritano; sin sus recursos el herido que encontró hubiese muerto.
Estamos asistiendo al “nuevo desorden mundial”. La vida humana está en peligro, la supervivencia está amenazada; el Bien Común se ignora; la democracia se ha vaciado de contenidos y solo parece interesar hoy día la “bolsa de valores”.