De insultos y de “germanías”
Espero que sea todavía significativo el número de las familias en donde los padres no utilicen palabras ofensivas y malsonantes y dejen a sus hijos el usar del lenguaje como buena herencia. Sancionar sí pero nada de golpes porque se daña el cuerpo y se humilla (Don Bosco afirmaba que un castigo es algo que se hace aparecer como tal); nada de insultos porque con ellos se hieren el alma y la honra de las personas. Nada de “germanías” o jerga de rufianes valga decir lenguaje de “ganaderos” que tienen la costumbre de arrear el ganado suponiendo que entre más maldigan los cuadrúpedos entienden mejor.
Expresiones prohibidas eran aquellas de decirle a alguien mentiroso, canalla, ladrón a no ser que hubiera -y eso- ya una declaración judicial que las respaldara con pruebas, tarea que -conseguirlas- era exclusiva de la autoridad.
Sin embargo, llegó -parece- una moda en donde la hombría incluyó entre sus manifestaciones el vocabulario soez y más tarde algunas mujeres supusieron que imitar esa costumbre disminuía la distancia y la discriminación entre los géneros. La vulgaridad entró en todas partes y culturalmente acompaña la violencia de los hechos. Quien es violento en las palabras lo es igualmente en los hechos o los propicia o los tolera.
En los últimos días se ha venido jugando peligrosamente con la expresión “canalla” que hace sinónimo con persona despreciable, vil, ruín y que evitaba decir directamente aquel insulto de “perro cristiano” usado en las guerras de la reconquista española. Canalla proviene, en efecto de “can” y hace referencia a jauría (multiplicidad de perros) que sale al camino a morder caminantes y que huyen cobardemente cuando se les confronta. Es término que se usa en todas las lenguas en Europa y era censurable y punible sin atenuantes.
¡Eso eran otros tiempos! Así se dice como si quienes aprecian la decencia fueran personas anticuadas; de la misma manera que es anticuado pagar las deudas o que las instituciones castiguen al que roba y engaña. La “nueva moral” exige que los jóvenes sean hábiles pero no honestos. Esto hace que haya que cambiar dichos tan entrañables como aquel de que “primero cae un mentiroso que un cojo” lo que hoy día no es cierto y que “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra” expresión no aconsejable porque si usted la dice terminará lapidado porque aquí no hay culpables.
Además en esto de germanías, de lenguaje de rufianes y de ganaderos es preciso que se entienda que la persona del Presidente debe ser tratada con respeto. A insultos y expresiones ofensivas no debe responder el mandatario. Cuentan que alguien insultó a Sócrates y luego le propinó un puntapié. El pensador no se dio por enterado y ante el reclamo de propios respondió: “¿ Acaso si me hubiera dado una coz un asno, me enfrentaría a él?”.