Las máscaras
Desde la antigüedad hasta el día de hoy se utilizan las máscaras, no sólo en el teatro sino en los festivales, cuando se pretende o necesita no ser sí mismo sino aparentar ser otro y así poder actuar al propio amaño sin temor alguno de ser puesto en evidencia. Es cierto que la palabra etrusca para máscara va a dar origen a la palabra de persona, pero fundamentalmente por la capacidad de hacer resonar la voz a mayor distancia y alcanzar así a ser escuchado.
Mas hoy día la máscara es el símbolo del disimulo, del ocultamiento de intenciones, de la cobardía. No se necesita poseer una máscara veneciana de carnaval sino mediante el ejercicio adquirir el expertismo en el fingimiento.
Recuerda uno la historia de los grandes autos sacramentales o las narraciones de los diversos corrales o al gran Molière o a los grandes mimos y si se va más hacia lo elemental la ópera del “Payaso” y por qué no la no reconocida maestría de los payasos de carpa que recuerdan el “reír llorando” del inolvidable Garrick.
Muchos de nuestros personajes públicos son expertos en esas formas de aparecer. Fingen estar preocupados por la suerte ajena; aún más, son capaces de llorar, de gemir, de adoptar actitudes religiosas, están dispuestos a ser al tiempo los mejores cristianos, los mejores protestantes, los mejores “librepensadores” si ello les atrae el voto de la gente.
Se finge y cómo y la cuestión llega a ser tan grave que la opinión se generaliza y a aquel que es honrado, honesto, transparente se le dice que es magistral en la máscara de lo que aparenta. Como casi todos mienten, una de las formas mejores de la mentira es decir la verdad.
Ejemplar ha sido en este “desenmascarar” la Fiscalía alemana con respecto al Presidente federal. Manifiesta con claridad que no es palabra vacía el esfuerzo de confirmar que “la ley es igual para todos”. Y aunque para los alemanes hubo retardo en la decisión del Presidente de abandonar el cargo, para nosotros, acostumbrados al “atornillamiento” en el puesto, fue veloz en la renuncia motivada por la dignidad del cargo, por no querer defenderse desde él sino hacerlo como ciudadano. Hay dignidades que no necesitan solamente ajustarse a la Ley y al Código Penal, sino también a la decencia, a la estética y a aquella vieja norma de que no sólo hay que ser honesto sino parecerlo.
Sin duda un buen ejemplo que contradice a aquellos que han buscado en el pasado con premura un cargo para poderse enfrentar a la Ley protegidos por algún fuero. Bien puede decirse que es tarea de las fiscalías la de “desenmascarar” y poner en evidencia a quienes han sido maestros del disimulo. Ayer todopoderosos eran inaccesibles; hoy desde la viudez del poder son irascibles. Que caigan las máscaras y veamos de nuevo rostros de honradez en quienes nos gobiernan.