Saber irse…
Se dice que el exembajador ante la Santa Sede, César Mauricio Velásquez, ha salido de su cargo dando un portazo, según noticia conocida en Roma y luego narrada en Colombia por distintos medios de comunicación. Ojalá lo que se dice no fuera cierto, pero las informaciones llegan por distintos caminos y concuerdan en todo.
Un embajador se debe en la lealtad y en el secreto que protege confidencias -importantes o no- al Presidente que lo ha nombrado y a quien eventualmente lo ha ratificado, pues si bien lo posesionó Uribe en la agonía de su mandato esa fidelidad se debió trasladar de inmediato a Santos bajo cuyo período ejerció. Cualquier embajador es portador de secretos y no le es dado sin autorización del Presidente que representó divulgarlos como lamentablemente sucede en una cultura llena de sensacionalismos.
César Mauricio sabe bien que sus opiniones sobre la paz y sobre el conflicto son tan importantes como las mías y difícilmente ellas encontrarán audiencia. Pero no es de buen gusto -ni coherente- salir sin concederse al menos el elegante silencio que permita colocar una distancia del carácter de haber sido el “representante personal” del Presidente.
Molesta que el embajador diga que tenía ya preparadas dos citas para que se entrevistaran el Presidente y el Papa y que el mandatario le incumplió. Da risa y vergüenza ajena la afirmación cuando quien bien conoce de protocolos y de rituales sabe que media todo un proceso -normalmente de tres meses- en donde una solicitud tramitada por Cancillería y conciliada con la Conferencia Episcopal encuentra el camino de la Nunciatura, quien sólo en la fase final comienza a arreglar con el embajador lo atinente al protocolo funcional de la visita.
Hubo otras manifestaciones sobre la posible visita del Papa a Colombia que, según comentarios romanos, fracasaría si se cambiaba al embajador. Esa es parte de una exageración superficial y de plebeyo pensar. Nadie está autorizado a ofrecer el país sin contar con el Presidente de la República y en este caso con la Conferencia Episcopal. Es lógico, sí, que los obispos que este año han estado en visita “ad limina apostolorum” manifiesten al Pontífice el gran deseo porque los visite. No hay obispo de visita en Roma que no invite al Papa a viajar a su país y que no haya escuchado con afecto el deseo permanente de hacerlo si humanamente fuese posible. Estúpido sería pensar en un episcopado que no invitara al Papa y más aún que éste les dijera que allá no va.
Gracias al Presidente desde hace una semana ejerce un nuevo embajador -Germán Cardona-, que de seguro lo hará bien, ya que es capacitado, prudente y dotado de un enorme sentido común que le ha permitido no alardear de una inteligencia que ciertamente posee que se une a una auténtica modestia en su vida personal y pública.
Bien haría el exembajador Velásquez en dedicarse a degustar con tranquilidad el privilegio que le deparó la Providencia y empezar a aplicar aquello que “recordar es vivir”.