La confianza
Si hay algo que puede hablar bien y autorizadamente de la “nueva política” es la virtud de la confianza. Los analistas que acostumbran escribir grandes tratados para descubrir lo evidente han llegado a la conclusión de que la crisis es ante todo de confianza, que la gente ya no cree en ellos, que se ha pecado gravemente burlándose de las esperanzas que alimentaba la resistencia de las gentes, la capacidad de aguante que es la piedra de toque de los pueblos que no han madurado a la democracia.
Casi una veintena de jefes de Estado y de Gobierno han sucumbido en Europa a la crisis. Berlusconi en Italia y sus compañeros de coalición -no importa de qué partidos- cayeron porque la gente descubrió al final que no se podía confiar en ellos. Llama la atención que una sociedad tan católica y tan cristiana como la italiana le soportó todas las andanzas personales de desarreglos que jamás fueron criticados por ninguno de los grandes moralistas que acompañan a esa sociedad y que fueron pocos e irrelevantes los dedos acusadores de los grandes representantes de las instituciones que tienen como cometido mantener un mínimo ético. Solo cuando la gente vio venir el aluvión del descalabro saltó y lo dejó caer porque ya no confiaba en sus palabras.
Lo mismo aconteció en Grecia, España y en Portugal, aunque sus gobernantes no mantenían desórdenes vinculados a la moral íntima personal. Se desconfiaba de ellos, de su transparencia.
Y ahora llegó la caída del gobernante francés. No le valió ningún recurso de imagen para recuperar el terreno perdido. Los asesores se esforzaron y descubrieron entre la primera y la segunda vuelta que cuando la confianza se ha perdido es irrecuperable. Sucede lo mismo en nuestra vida común, aun con los amigos o sobre todo con ellos, que cuando empezamos a desconfiar ese camino se recorre hasta el final y es irreparable.
En Dios se cree porque se confía en Él. El niño confía en los padres hasta cuando no tenga motivos para dudar de ellos y las grandes crisis de relación entre personas es cuando desaparece la confianza.
Los analistas afirman hoy día que las sociedades están dispuestas a grandes sacrificios con tal que se les diga la verdad. Churchill prometió en medio de la crisis de la guerra “sangre, sudor y lágrimas” y venció porque la gente sabía que se podía confiar en su honradez, que parece ser la joya que es de rara aparición en el político común.
En Colombia sin estar en una crisis como la europea, que se dice es fundamentalmente económica -ya que la nuestra es ante todo moral, social y de valores-, también está en juego la confianza. Juan Manuel Santos goza de ella y en los últimos días se la ha jugado a fondo con lo de las viviendas y sus referenciales sobre la equidad. Quien le cumple a la gente se afirma que no cae. Este es hoy el secreto de la política.