Al final del camino
En cinco días se votará y buena parte de la suerte y destino de la Nación estará echada. El nuestro es claro. Yo personalmente parto de creerle a Juan Manuel pero de desconfiar de muchos de quienes lo asesoran y conducen su política. También debo decir que no puedo creerle a Uribe ni a su “mascarón de proa”, ni a nadie de los suyos que me parecen tan merecedores de desconfianza como la totalidad de quienes se han empeñado en destruir la política y los sueños de la Nación.
Las campañas han sido por lo general fétidas pero las últimas dos semanas se han tornado asqueantes. Se puede excluir a la señora Clara López porque es una persona medida en el pensar y en el hablar.
Solo me queda creerle a la persona de Santos. De sus ministros solamente puedo salvar en mi pensar a la señora Holguín y es a favor de ellos dos que tomaré decisiones. Nunca pensé que llegaría al extremo de reducir mi credibilidad política a dos personas. Eso quiere decir que es poco lo que hay que hacer. Se va a necesitar de una maestría fuera de serie para que se nos conduzca a buen puerto.
Las instituciones que han de servir de orientadoras de la comunidad tienen “exceso de prudencia” para opinar. Y ese silencio ocurre porque están divididas, irremediablemente rotas por el recelo, la desconfianza y el odio.
Y no han hablado claro y de esta aseveración no se salva ninguna de las que autorizadas para opinar no lo hacen. El mundo religioso -cualquiera sea la denominación- está dividido e igualmente lo están los fieles.
Y la moral y los indicadores éticos siguen cayendo. Ya nada escandaliza. En cualquier país que se precie de civilizado ya se habrían tomado determinaciones claras. Será preciso al término de la campaña averiguar si lo visto o lo escuchado era cierto o era un vulgar montaje. Será necesario hacer claridad por parte de los denunciantes que hablan de los millones dados a alguna campaña, será preciso ir a fondo con lo del “hacker”, con lo de la inteligencia militar, con lo de las filtraciones, con lo de las visitas a gentes que a ojos claros juegan con la inseguridad de una nación como Colombia que merece mejor suerte.
Hace doce años el país extravió su norte y su moral. El Estado se volvió mentiroso y no se sabe qué es lo que se debe creer. Las clarificaciones han de darse antes de la segunda vuelta. Quienes han acusado han de entregar desde el próximo lunes y se debiera obrar con la misma contundencia que se ejercita con aquellos productos que llegan al público por propaganda mentirosa. (Se cierra el local, se decomisa el producto).
Es el momento de la lucidez, sí, pero ¿frente a qué? Ojalá los electores del próximo domingo nos ayuden a recuperar las señas de identidad.