¡El derecho a no entender!
Habrá de disculparme quien lea estas líneas que confiese que no voté ni votaría por Petro. Es cuestión de malos recuerdos y de esa explicable -no justificable- antipatía por quien pudo haber sido responsable intelectual de “muertes ajenas” no por ordenarlas pero sí por justificarlas. Soy partidario del perdón pero me esfuerzo con el asunto del olvido. Por esta misma razón me abstengo de votar por otros que sin matar lo hacen por interpuesta y anónima persona o justifican la muerte de sus enemigos o les es indiferente el que ello ocurra o hacen parte de grupos en donde militan o han militado recientemente gentes a quienes el sufrimiento humano les deja indiferentes o manejan esa postura poco confiable de quienes convierten el sacrificio ajeno en verborrea de oportunidad. Y como lo que existe de democracia entre nosotros no supera lo electoral no puedo alegrarme con cualquiera de los resultados.
Pero debo decir que “con Petro se les fue la mano” ya que desde el primer día se diseñó consciente o inconscientemente la estrategia de no permitirle gobernar y a fe que tuvieron éxito quienes lo hicieron sobre todo porque lograron darle en el norte de la ciudad el vestido de opinión pública.
Petro venía de brillantes denuncias con las que golpeaba cierto tipo de poderes de los que no es permitido por prudencia hablar (corruptos, contratistas dolosos, lavadores, negociantes de dineros públicos, carruselistas, cómplices) que se la tenían que cobrar.
No entiendo -y tengo derecho a no entender- que se condene a la muerte política por inhabilidad de quince años y se destituya a un mal gerente que no ha sido señalado de delito alguno mientras que otros se van con una suspensión y resucitan a la política más prontamente; y no entiendo ese principio de que la ley es igual para todos.
Y es un problema no entender -asunto que a los amigos juristas los saca de casillas- porque bien quieren ellos que nosotros los ciudadanos de a pie aceptemos como dato de “fe” que todo marcha bien; que la “puerta giratoria” funcione en los grandes centros de la vida jurídica de la nación; que uno tenga la certeza de que muchos jueces no comprendan el “sentido común” sino que actúen siguiendo las exigencias de los otros “sentidos”. En fin, es difícil creer en la justicia.
Lo único sensato que se ha escuchado es al Presidente decir -o darlo a entender- que no comprende pero “qué le vamos a hacer: es la Ley”. Ahora sí me cabe en la cabeza aquello del “dura lex sed lex”, principio que le impide a uno hablar de arbitrariedades para ocultar la opinión en la personal ignorancia.
No voté ni votaré por Petro ni por los “habaneros” sean ellos quienes sean y me costará trabajo discernir entre los otros alguien a quien darle voto porque está llegando el tiempo de la lucidez de esa democracia que -como el pan- en la puerta del horno se nos quema.