El arte de callar
Ha terminado una campaña para los cuerpos legislativos. Por fin una pausa del parloteo sin sentido de aquellos que suponen haber heredado -además de apellidos ilustres- las capacidades retóricas de padres y de abuelos a más de su inteligencia. Ya pasaron los tiempos en que la gente sabía hablar porque se tenía algo creíble para decir o sencillamente algo para decir. Uno se divertía escuchando y observando cómo aquellos genios de la retórica -y algunos de las ideas- acompañaban la frase con el gesto adecuado y si eran de los que sabían tan solo construir frases el oyente admiraba la poesía improvisada que regalaban ellos a la opinión en aquellos “repentismos” que son de antología. Hoy se sustituye toda esa virtud por el tono alto, el grito, la alevosía, la mala educación, la interrupción y hace carrera la italianización de los debates en donde nadie escucha a nadie y al final todos están felices creyendo haber derrotado a su contendor.
Poca es la gente formada. Formada no quiere decir titulada. Hay que mirar con lupa para hacerse una idea. Por ejemplo: Ana Mercedes Gómez piensa y habla bien; igualmente lo hace Robledo así sea con mayor contundencia y cerca está Claudia López aunque su forma de pensar debería ser acompañada de mayor serenidad. Pero los demás son malas copias de un quehacer político que carece de dicción y de pensamiento que era propio de los abuelos ya que nuestra generación -padres generacionales de los recién elegidos- fracasamos en hacer de nuestros descendientes gentes con buena base cultural .
La mayoría de los programas de debate -con excepción de la seriedad que imprime al propio la personalidad de Rodrigo Pardo- se les salen de mano a los moderadores casi siempre más preocupados de mostrar que saben más que sus invitados y bien harían en rediseñar sus formatos.
Tenían los romanos una consigna que al menos por este tiempo deberían aplicar los minoritariamente elegidos: “si te callas supondrán que estás pensando” o aquella otra de que “se es dueño de sus propios silencios”. El abate Dinouart trae el pensamiento que debería presidir el Congreso de la República: “solo se debe dejar de callar cuando se tiene algo que decir más valioso que el silencio”.
Los buenos tratados de retórica traían siempre en los cursos de retórica un capítulo que señalaba cuándo se debía “callar” quien ejercía como político.
Ahora viene la campaña presidencial; entre los candidatos hay algunos que tienen la tendencia del mucho hablar y de todo hablar y a ellos habría que aconsejarles practicar un poco el arte del silencio o pedirles que hagan campaña con sus posibles ministros “ya nombrados” a fin de que sepamos a qué atenernos y no sufrir de decisiones irremediables.
Se debe hablar poco y realizar mucho. Veamos cómo nos va en este proceso de escoger gobernante, ojalá sea aquel que tenga claridad y capacidad para llevar adelante este nuevo intento de proceso de paz que no debe frustrarse. ¡Hechos, no palabras!