…creemos algo con fe viva cuando esa creencia nos basta para vivir, y creemos algo con fe muerta, con fe inerte, cuando, sin haberla abandonado, estando en ella todavía, no actúa eficazmente en nuestra vida. La arrastramos inválida a nuestra espalda, forma aún parte de nosotros, pero yaciendo inactiva en el desván de nuestra alma (Ortega y Gasset, Historia como sistema, p.17).
GLOSADAS ya la imbecilidad, la inmadurez, el marxismo cultural, el feminismo marxista, el feminismo neomarxista, la Teoría queer y la corrección política, en tanto que formas de la barbarie, llego a una de sus causas: la educación actual. El problema es inmenso, por lo que ordeno la crítica en cuatro glosas: la barbarie de las creencias postmodernas, de la educación superior o universitaria, de la educación media o escolar y, por último, de la educación primera o familiar.
Algunos de los aportes más valiosos de José Ortega y Gasset al patrimonio de la filosofía, sociología y antropología fueron sus tesis acerca de las ideas y las creencias. Especialmente, su intuición sobre la permanencia del hombre en la creencia, que no en la idea, pues la existencia humana, teorizó Ortega con tino, está regida, individual y socialmente, por las creencias. Son estas, en últimas, las que trazan los caminos vitales de los seres humanos: “Hay en toda vida humana creencias básicas, fundamentales, radicales (…) el diagnóstico de una existencia humana -de un hombre, de un pueblo, de una época- tiene que comenzar filiando el sistema de sus convicciones y para ello, antes que nada, fijando su creencia fundamental, la decisiva, la que porta y vivifica todas las demás” (Ob. Cit., p.14).
Aclara Ortega, también con acierto, que desde el hombre medieval hasta el hombre moderno hubo una mudanza de creencias que incidieron en los modos vitales de dichos periodos históricos. La Edad Media cifró su fe en la revelación cristiana, y la Edad Moderna lo hizo en la razón (en teoría, pues antagonizar la razón con la fe no deja de ser una de las tantas destemplanzas de la modernidad). Ortega, pues, cavila las decadencias de las creencias históricas y asiste, perplejo, a otra mutación de la creencia: “La ciencia está en peligro” (Ob. Cit., p. 22). En últimas, si la Modernidad minó la fe cristiana del corazón de Occidente, la tardomodernidad le socavó la ciencia. Pues bien, siguiendo esa misma línea argumental digo que la postmodernidad, con ayuda de la industria educativa, le arrebató al hombre la racionalidad toda, que no solamente la científica. Y este hecho, que no conjetura, es una bestialidad superior, pues devastar lo racional significa barbarizar la sociedad.
El hombre contemporáneo, fruto de la educación de su tiempo, ya no cree ni en la revelación cristiana ni en la razón. Ahora las creencias soberanas, de conclusivo tono irracional, son el emocionalismo y el nihilismo, y todas sus gibas: posverdad, relativismo, populismo, materialismo, tecnofilismo, anarquismo, neocomunismo, ateísmo, mercantilismo, consumismo, neofeminismos. La educación actual apologiza la irracionalidad y angosta el entendimiento.
*Jurista y filósofo