En la Glosa XII diserté sobre la barbarie de la corrección política, con base en algunas tesis de George Orwell y de Axel Kaiser. Escribí que la corrección política actual es una policía lingüística, liderada por la izquierda intelectual radical, que busca escarmentar cualquier discurso que no compagine con la dictadura progresista y su visión del mundo: “…es importante que comprendamos que este control del pensamiento no es solo de signo negativo, sino también positivo: no solo nos prohíbe expresar -e incluso tener- ciertos pensamientos; también nos dicta lo que debemos pensar, crea una ideología para nosotros, trata de gobernar nuestra vida emocional al tiempo que establece un código de conducta” (G. Orwell, El poder y la palabra, p.64).
Pero, más allá de todas las teorías que prueban la execración del lenguaje y malformación de la realidad que implica la corrección política y su influencia en los discursos educativos y culturales del siglo XXI, me decanto por abreviar tal barbarie con la narración de un hecho referido por Axel Kaiser en su libro La neoinquisición. Persecución, censura y decadencia cultural en el siglo XXI. Rescata una cita del historiador británico Niall Ferguson, publicada en una columna del Sunday Times, sobre el ataque continuado e ininterrumpido de la revista de izquierda New Statesman, al erudito y esteta conservador Roger Scruton.
El embate mediático a Scruton fue arreglado por George Eaton, uno de los editores del New Statesman. Eaton embaucó a Scruton en una entrevista que supuestamente discurriría sobre su obra. Scruton aceptó, de buena fe, y cayó en la fullería: “…Tras la publicación de la entrevista, miembros del Partido Conservador, entre ellos el exministro George Osborne, condenaron a Scruton exigiendo que fuera despedido. Otros intelectuales se sumaron a la campaña de destrucción de imagen hasta que, finalmente, James Brokenshire, el ministro que lo había nombrado, anunció su cese. Tras la decisión, Eaton subió una foto en Instagram en la que se le veía bebiendo de una botella de champán junto a una frase que rezaba: la sensación cuando logras que un racista de derecha y homofóbico sea echado como asesor de un gobierno conservador” (Ob., Cit, p.178).
Pues bien, si hoy algún conservador o cristiano o tradicionalista o hispanista reprocha las banderolas de la izquierda radical (feminismo neomarxista, ateísmo, indigenismo, ideología de género) inmediatamente es judicializado y condenado al ostracismo y al mutismo por los tribunales neoinquisitoriales progresistas y sus coléricas sentencias. En cambio, si la izquierda radical quema iglesias, destruye santos, promueve el aborto y el consumo de sustancias psicoactivas en menores de edad, enarbola banderas de asesinos bolcheviques y guevaristas en universidades y plazas públicas y legitima el vandalismo, no pasa nada.
¿La razón? Instituyó una nuevalengua que llama al aborto “interrupción voluntaria del embarazo”, al consumo de sustancias psicoactivas “libre desarrollo de la personalidad”, a la quema de iglesias “reivindicación cultural”, al tetazo feminista “libertad de expresión”, al ateísmo “apertura de pensamiento” y al vandalismo “derecho a la huelga”. Así es el caciquismo de la corrección política.
*Jurista y filósofo