EL puerilismo es la actitud de una sociedad que se comporta más infantilmente de lo que le permitiría su grado de discernimiento, de una sociedad que, en vez de educar al niño elevándolo a hombre, se rebaja a sí misma al comportamiento de la puericia (Huizinga, J.).
Continúo el propósito de reseñar obras que narran formas de la barbarie. Por eso, en esta glosa y las subsiguientes, la V y la VI, introduzco algunas ideas del texto Inmadurez. La enfermedad de nuestro tiempo de Francesco M. Cataluccio.
Cataluccio inicia con una afirmación contundente: “Han desaparecido ya, como las estaciones intermedias y las luciérnagas, los adultos” (p.13). La observación es demoledora, por lo categórica y por lo grave. En efecto, habitar un mundo de gentes que toman la vida como un juego, que actúan como críos y pasan sus días y sus noches sin visitar el intelecto, es aciago. ¿Por qué? Porque hacer de la inmadurez uno de los patrones morales e intelectuales dominantes de la sociedad, es condenarla a la barbarie. Pero, además, porque toda sociedad que lo es verdaderamente cultiva el principio de madurez, es decir, el refinamiento de los afectos y pensamientos que, en alguna medida, elevan la persona hacia la máxima unamuniana de saber “pensar alto” y “sentir hondo”. Tal vez, saber pensar y poder sentir sea condición para transitar de lo bárbaro a lo civilizado.
¿Acaso un niño de 6 años comprende el altruismo moral? ¿Pueden adultos infantilizados valorar la necesidad de cumplir normas legales y sociales y acuerdos éticos de mínimos y de máximos para la convivencia? ¿Es cuerdo esperar que quienes consideran que las vidas de los otros son juguetes a disponer puedan entender la importancia de la empatía, simpatía, cortesía, gratitud, respeto, solidaridad y sacrificio? Difícilmente. “Donde vacila el juicio -escribe J. Huizinga en el final de su Homo ludens- se hunde también la noción de la absoluta seriedad. En el lugar del antiguo “todo es vanidad” se diría que quiere instalarse ahora, con un sentido quizá más conveniente y positivo, un “todo es juego”. El problema es que, jugando, el hombre se desliga del tiempo sacro y lo olvida en el tiempo humano” (p. 250).
Si a quienes dirigen la sociedad y a quienes los eligen no los asiste la razón, sino la inmadurez, entonces ambos, dirigentes y electores, están penados. Músicos y escritores lo supieron desde el comienzo (quienes cultivan la belleza son verdaderos en sus diagnósticos acerca de la condición humana). Notaron, en síntesis, que abandonar la formación del carácter es barbarizar la persona, porque la inmadurez invade toda la vida psíquica. En tiempos recientes, psicólogos clínicos, filósofos de la educación, filósofos sociales, filósofos morales y hasta neurocientíficos han documentado los daños de infantilizar la vida. Pero el gesto psicológico contemporáneo que ha creado el sistema es inmaduro y enfermo, persiste en ser inmaduro y enfermo, le fascina ser inmaduro y enfermo. Por lo pronto, la inmadurez seguirá marchando con toda su enfermedad, sin escrúpulos, sin pausas, sin límites.
*Jurista y filósofo