Los átomos de su alma
Hay, dentro de la misma ciudad, tantas Cartagenas como perfiles humanos y abismos sociales puedan caber en un millón de habitantes.
Cartagena amurallada, donde el sol se esconde poco antes de las 6, entre acordeones y cañones, aguas de coco y plazas de piedra y ron; Cartagena de veleros y Boteros; de Benetton, acuarelas y guayaberas, violoncelos y poetas; Cartagena de coches largos y perfumes de contrabando; de siete estrellas y mil euros, ansias de langostas y muchachas, alucinaciones y esmeraldas.
Y la Cartagena de chozas de lata y cartón, rollos de plástico y zinc; la de miserias oxidadas entre clavos y maderos; la de aguas negras y perros grises; la de niños con ojos hundidos y pieles que se agotan.
A esta Cartagena de barro y ciénaga, de males tan mortales como el hambre y la miseria, le ha dedicado doce años de misión, gestión y corazón, la niña Cata, una mujer que está ad portas de recibir el título de Héroe CNN 2012. Diez elegidos en el mundo y sólo una en Latinoamérica: ella; la mamá de Juan Felipe, un niño que un día dejó su cuerpito de bebé, y desde el cielo se convirtió en ángel guardián de cientos de vidas vulneradas, que sin su ayuda y la de Catalina, se habrían apagado como flores tristes, nacidas en invierno.
Es difícil escribir sobre Catalina Escobar a los dos días de publicada una de las más bellas y magistrales crónicas de Juan Gossaín. Pero imposible guardar silencio, frente a una verdad que el maestro deja poéticamente explícita: “Si no gana, no importa. Ya ganó. Su vida es una victoria. La de su hijo también”.
¡Claro que ya ganó!
Y ganaron los miles de niños y de madres-niñas que la Fundación Juan Felipe Gómez Escobar ha salvado de la muerte, de la enfermedad y del destierro de sus hogares. La niña Cata les curó su infancia inconclusa; les devolvió las ganas de vivir, y la posibilidad de mirarse en un espejo y ver reflejado en él, no la cicatriz de una derrota, sino la impronta del amparo y el valor.
Ganó la vida, cada vez que la ciencia y el amor la arrancaron a la muerte el aliento de un bebé prematuro, o los gramos exhaustos de un chiquitín infectado por la indiferencia adulta.
Gana el respeto, cuando una adolescente que tiene el cuerpo y el alma preñados de miedo y soledad, aprende a cambiar la vergüenza, por valentía.
Gana la dignidad, cada vez que una niña-mujer es capaz de amasar panes y esperanzas, en vez de vender su cuerpo en la subasta del maltrato callejero.
Gana Colombia, cuando en lugar de coser los labios de sus víctimas, cose ropa y sábanas, para vestir de limpieza un cuerpo, un trabajo, una cuna.
Niña Cata, no sé de qué están hechos los átomos de su alma; pero eso que usted hace, de ponerle polo a tierra a la bondad, y cometa al cielo a una empresa social tan hermosa, debe tener a Dios muy orgulloso de usted.