Gloria Arias Nieto | El Nuevo Siglo
Viernes, 17 de Abril de 2015

PUERTO LIBERTAD

La más reciente estupidez

Entre la inteligencia y la violencia hay la distancia que separa al lápiz del fusil. Según el sentido en que se recorra esa distancia seremos una sociedad encaminada a la decadencia, o a la decencia.

Los intelectuales de izquierda esgrimen ideas, protestas y propuestas; lideran revoluciones cognitivas; censuran políticas que atentan contra la consolidación de lo público; están en contra de privatizaciones e intromisiones extranjeras. Propenden por una sociedad equitativa,  respetuosa con las diferencias e irreverente con los feudos. Subrayan la debilidad de los pobres y la amenaza de los emporios; se oponen a  la religión por decreto, las castas de poder y tantas otras cosas que han incrustado en América Latina, andamios de injusticia y subdesarrollo.

Intelectuales de  izquierda -como Galeano, Neruda, Benedetti, García Márquez- han enriquecido el mundo con sus venas abiertas, con sus Amarantas y Aurelianos, sus tácticas y estrategias, sus canciones desesperadas. No tienen en las espaldas más muertos que su propia sombra, y nunca esgrimieron más armas que la inteligencia, la literatura, la búsqueda lícita e incansable de una democracia que se comportara como su etimología: demos - cratos.

Al otro extremo, -en una izquierda contaminada con unos engendros que no obedecen a ninguna filosofía, sino a la patología de la guerra- están los violentos.

Parecería que dentro de ellos, unos quieren recomponer el camino, y otros, perpetuar el desastre.

Los hay de todas las gamas: los que reclutan niños para armar minas, y tiran bombas contra soldados dormidos; los que extorsionan, secuestran y encadenan personas a los árboles, y miserias a la conciencia. Los desertores y los resignados. Los cocineros y los violadores, los vigilantes y los mandamases, los borrachos y los arrepentidos. Se supone que a todos en algún momento habría que darles la mano. ¿Y los que no se dejan?

En una isla de América se pacta una cosa, y en un Buenos Aires del Cauca, se hace lo contrario.

Unos y otros violentos le han hecho más daño a la izquierda, que la más radical de las derechas: la corrompieron activa o pasivamente, y botaron en un camposanto, la brújula de las ideas.

Una vez más una fracción de los violentos amenaza un proceso de paz que, poco a poco, había permeado la conciencia del país, como un bien -o un mal- necesario.  

Renunciar a la justicia en aras a acordar la paz es un trago bien amargo, que ya empezaba a pasar por nuestras gargantas. ¿Qué sentido tenía masacrar once soldados y dejar heridos a otros 16, mientras descansaban en un polideportivo rural? Ni cien trinos de Uribe le hacen tanto daño al proceso, como la más reciente estupidez cometida por los guerrilleros de la columna “Miller Perdomo”.

Que Santos haya ordenado el regreso de los bombardeos es una lógica y fatal respuesta al ataque cometido contra la patrulla de la Brigada 17. ¿Qué más podía hacer? Y, ojo, que después no le pasen al Gobierno, cuentas causadas por otros: los responsables de este retroceso, son los criminales que en una noche de lluvia violaron lo pactado, y dejaron a once familias colombianas huérfanas de hijos, de padres y vida.

ariasgloria@hotmail.com