Gloria Arias Nieto | El Nuevo Siglo
Viernes, 24 de Junio de 2016

PUERTO LIBERTAD

En tono de paz

HACE unos años, durante un amanecer en Malta, era tan sorprendente lo que se veía desde la terraza, que yo no sabía para dónde mirar. El sol -anaranjado- se intuía tímido y a la vez decidido. Las cúpulas de las iglesias, los barcos, el puerto, la insaciable inmensidad del mar que a esas horas no era azul sino dorado. Los tendederos de ropa mediterránea y un viento de verano madrugado.

 

Hoy, al abrir el portátil y enfrentarme al teclado, tuve una impresión semejante.

 

¡Tanto para escribir, tantas ideas y emociones sobre la piel! Los chats de mi familia, de los amigos recién estrenados, y de los amigos con quienes crecí. Tanta información, tanta esperanza, tantos motivos de gratitud… y un sentimiento que sobresale por encima de casi todos: la necesidad de estar a la altura de las circunstancias. La obligación nuestra e ineludible de comportarnos, pensarnos, aceptarnos, reconstruirnos en tono de paz.

 

El compromiso tácito o explícito que Colombia espera de cada uno de los ciudadanos, por golpeado que esté, por escéptico que sea, por difícil que parezca.

 

Los señores de La Habana hicieron su tarea, y -aun cuando muchos no comparten mi opinión- a mi modo de ver, hicieron cuasi milagros. Así es que yo, personalmente, no tengo para ellos sino un enorme ¡gracias!

Pero no son unas gracias con mi lavamanos incluido. Comprendo y acepto que nos aguardan cosas muy difíciles, y no tengo la más mínima intención de esquivar  la responsabilidad que eso  implica.

 

La legítima contradicción es parte de la dinámica democrática; por eso la amo, la ejerzo y la seguiré ejerciendo. Una y mil veces preferiré la argumentación política, escrita y hablada, que la confrontación de las armas. Oiremos y leeremos cosas que nos darán mucha rabia, que nos agitarán nuestro primitivo instinto de venganza, o nuestra adulta versión de justicia. Pero por desatinadas que nos parezcan muchas de las cosas que vendrán, las prefiero, antes que promover o encubrir el lenguaje de los fusiles o el eco de los desplazamientos.

 

La generación de mis nietos, de mis hijos y la mía, nacimos con una Colombia en guerra. Suficiente. Décadas de errores acumulados desangraron pueblos y confianzas; sembraron inequidad, sevicia y retaliación. No más.

 

De ahora en adelante, el tiempo y la conciencia, prioridades,  presupuestos y  agendas de millones de colombianos, podrán/deberán dedicarse no a engordar la guerra y sus vergüenzas, sino la paz y sus caminos.

 

Cuántos desvelos de gente pensante se le endosaron por más de medio siglo a diseñar estrategias de combate, a partir el país con instrumentos casi siempre arbitrarios que nos dividieron entre buenos y malos, víctimas y victimarios,  amigos y enemigos.

 

Todas esas neuronas comprometidas con la guerra, desde ahora quedan libres para apoyar nuevos estilos de convivencia, nuevas formas de reconocernos. Quedan libres para pasar la página o estrenar cuaderno.

 

Termino columna y empiezo país, con las palabras de @_carlosduque: “Se callan las armas: las almas tienen la palabra”.

ariasgloria@hotmail.com