PUERTO LIBERTAD
Un año y un día sin Gaviria
Él tenía dos celulares; uno dedicado a lo público, a la política y las declaraciones; cuando el otro sonaba, yo oía el inconfundible:Glorita, ya llegué.
Desde hace un año, su ringtone no ha vuelto a timbrar. Con tantos recursos que debe haber en el Cielo, ¡y todavía no han instalado unos teléfonosque funcionen!
Y lo digo con respeto hacia creyentes, agnósticos y ateos: Siento que Carlos Gaviria debe estar en algún tipo de escenario celestial; quizá menos religioso y más filosófico; con menos ángeles y más pensadores griegos; con más bibliotecas que nubes. Y en vez de las tablas de la ley, sentencias de cuando él era magistrado.
Pero no me digan que el cuento se acaba cuando uno se muere. No tendría ninguna lógica que uno de los hombres más trascendentes y libertarios de Colombia, se hubiera sometido a la arbitrariedad de un punto final.
Extraño a Gaviria en lo cotidiano, y en la complejidad de las consultas. En los dilemas éticos, en las preguntas que se volvían debates; en los debates que se volvían aprendizaje; en el aprendizaje en el que se convertía cualquier conversación con él.
Lo extraño para seguirle preguntando ¿qué haría usted si…? Por fa’, ¿me ayuda a pensar? Y es quees preciso tener mucha confianza, mucha sintonía y admiración, para pedirle a alguien que lo ayude a uno a hacer algo tan intrínseco y espiritual, como pensar. Por eso, muchas veces, desde el más triste 31 de marzo que haya pasado por la piel y la memoria de muchos de nosotros, me he sentido como un barquito de papel en la mitad del océano, buscando un faro que no he sido capaz de volver a encontrar.
Extraño su ironía, cariñosa, retadora y aguda; sus conceptos que desafiaban lo humano y lo divino. Extraño su sabiduría siempre profunda y nunca presuntuosa. Me impresiona salir de viaje y no buscarle para su colección, una copa en algún anticuario de barrio bohemio. Me hacen falta sus declaraciones cada vez que este país convulsiona (es decir, siete veces por semana), y sus llamados de lectura, cuando me preguntaba si ya había leído alguno de sus columnistas preferidos, y yo le decía que todavía no.
Carlos Gaviria se fue 10 o 20 años antes de lo que hubiéramos creído, y 10 o 20 siglos antes de lo que hubiéramos querido.
Un hombre de paz, un hombre de inteligencia, de filosofía, verdad y libertad. Un eterno respetuoso de las diferencias y un constructor de justicia. Enamorado de los libros, de la cultura y de las cosas bellas, le resultaban antiestéticos los intereses creados, las verdades a medias, la hipocresía y el fanatismo.
Me queda el dolor de no haber encontrado la cura milagrosa para que él y Demopaz aun estuvieran vivos. Pero tengo la tranquilidad de no haber ahorrado nunca ni una sola oportunidad, para decirle cuánto lo quería y cómo me hacía de feliz su existencia. Paz en su árbol. Libertad en su memoria.