PUERTO LIBERTAD
Carta al ex presidente Uribe
Señor Ex Presidente:
En otras columnas lo he combatido, pero en esta carta no tengo más intención que la de invitarlo respetuosamente a que haga el gesto de grandeza más noble -y quizá el más difícil- de su carrera política.
Usted es uno de los servidores públicos más emblemáticos y visibles que ha tenido Colombia, y sin usted como aliado, va a ser muy difícil que haya paz en Colombia.
Usted ha sido eje de debates fundamentales, y un referente a quien el país mira, oye y pregunta. Contradictores y seguidores lo respetan. Uno puede no compartir muchos de sus argumentos y amigos; uno puede no quererlo, pero sería casi imposible no reconocerle una inteligencia superior y una asombrosa capacidad de liderazgo.
Dentro de sus atributos hay uno particularmente exigente: esa firmeza que fácilmente puede convertirse en algo extremo e irreconciliable, que en vez de crear sociedad, polariza. La firmeza se vuelve peligrosa cuando uno se niega la posibilidad de comprender formas distintas de concebir una situación, un riesgo o una opción.
Usted jamás querría perjudicar el país por el que tanto ha trabajado. Usted es valiente y frentero, pero eso no implica que la suya deba ser una oposición más emocional que racional.
Mire Doctor Uribe, es posible que con o sin usted, se firme un acuerdo en la Habana. Pero ¿y después? Lo principal al día siguiente no será el prestigio del presidente Santos, ni las banderas blancas en las calles. Lo que verdaderamente importará será tener una sociedad con intención, convicción y capacidad de reconstrucción; hacer sacrificios antes impensables, y abrirle puertas a la inclusión política y social, intelectual y emocional.
Después de tantos esfuerzos no podemos hundirnos en un país de guetos, atravesado por cercas de púas invisibles, encargadas de seguir partiendo nuestro pequeño mundo en buenos y malos, en víctimas y victimarios… como si al cabo de 60 años de estarnos matando no hubiéramos aprendido que si bien nada justifica la atrocidad ni la barbarie cometida, sería ilógico perpetuar el conflicto armado.
¿Que perdonar es difícil? Sí, dificilísimo. Es más elemental repudiar o, simplemente exigir que el rigor de la justicia esté por encima de todo.
Pero ¿no hay acaso bienes superiores a la misma justicia? Bienes por los que vale la pena cambiar paradigmas, códigos, e incluso esa mirada severa que tantas veces tiene la memoria, y darle paso a una sociedad capaz de perdonar y volver a empezar.
¡Qué lección nos daría usted si decidiera aportarle por el camino de la concertación, a la reparación jurídica, intelectual y afectiva de un país que no aguanta más cuentas de cobro, más dolor y fracaso en torno a la violencia!
Piénselo, doctor Uribe; en el foro con el Premio Nobel de Paz, Frederick de Klerk, Horacio Serpa ofreció su casa (la de Serpa) para que Santos y usted se tomen un café. Y hablen. Y construyan.
Se requieren muchas manos -incluidas las suyas- para hacer posible un país que se mire, se reconozca y se perdone. No es fácil y será mucho más arduo y demorado sin usted remando hacia la misma orilla del futuro.
¿Se le mide?
Respetuosamente,
Gloria Arias