Gloria Arias Nieto | El Nuevo Siglo
Viernes, 23 de Octubre de 2015

PUERTO LIBERTAD
Salvarnos mutuamente

Sueño   con vivir en una ciudad sin miedo. Sin miedo yo, y sin miedo la ciudad.

Habitualmente nos preocupan más nuestros temores personales que los de la sociedad en la que estamos inmersos, pero en el fondo el miedo es democrático; y así el objeto del temor sea distinto, la presunción de riesgo no tiene estratos; y más aun cuando no es  presunción, sino realidad.

Si usted está leyendo esta columna, y yo la escribo de madrugada en la serenidad de mi casa, podemos dar por descontado que ni usted ni yo compramos chatarra empujando un pesado carro de madera con llantas desiguales; ni arreglamos ollas exprés, ni vendemos Hello Kitys en un andén y corremos cuando viene la policía.

Usted y yo tenemos bastante resuelto el tema de techo y pan; la matrícula de los hijos, el cuadro hemático, y unas vacaciones que oscilan entre Girardot y Tokio, pero donde sean, constituyen una tregua.

Entonces, bien podríamos dedicar estas gracias logradas, a trabajar con vocación, vivir con tranquilidad, y -sobre todas las cosas- invertir en la felicidad de los demás. No hacerlo -ambos lo sabemos- no es solo un acto de insolidaridad, sino un harakiri social.

Sin embargo, en los últimos años (acentuado en los últimos meses) hemos tenido sobradas razones para una inconformidad que deprime, paraliza, o revuelve con causa pero sin cauce.

Químicamente hartos de las últimas administraciones, vemos a Petro no como una espina atravesada en nuestro derecho a una ciudad viable, sino como un cactus entero, agarrado como un gato garrudo al sillón de la alcaldía. Incivilidad, inseguridad, inmovilidad e incredulidad parecen ser losin que nos deja de herencia esta administración que finalmente estará out en 70 días. Ya se va. No nos desgastemos más con el tema; pasemos la página y concentrémonos en el futuro, porque si Petro fue un error, elegir su continuidad sería el mayor de los despropósitos… ¿¡Tropecé cuatro veces con la misma piedra!? ¡Por Dios!

En 48 horas tendremos en nuestras manos la opción de cambiar el rumbo de Bogotá. Ninguno de los candidatos es un milagrero carnetizado, así es que no esperemos lo imposible, ni le saquemos los ojos el 2 de enero cuando no esté construido el metro, saneado Transmilenio, y lleno de buganvillas el malecón sobre el río Bogotá.

Si elegimos bien, podremos empezar el camino hacia la reconstrucción. Reconstrucción del concepto de cultura ciudadana y de una sincera corresponsabilidad; algo que nos permita cambiar las fauces del populismo de pacotilla, por la capacidad de pensar y comportarnos con una solidaridad inteligente y sostenible. Recuperar la empatía personal y social, que genera  conductas respetuosas de la vida, de la autoestima y del reconocimiento del otro.

Lo dije hace una semana, y lo repito hoy, ad portas de la jornada el domingo: votaré por Peñalosa. No para que él me salve mi ciudad, ni mucho menos para que yo me salve en Bogotá. Votaré por Peñalosa, porque creo que sus derroteros nos permitirán -entre todos y a todos- salvarnos mutuamente, caminar hacia la noción/realidad colectiva de una ciudad social, emocional y económicamente posible y conciliada.

ariasgloria@hotmail.com