Gloria Arias Nieto | El Nuevo Siglo
Viernes, 4 de Septiembre de 2015

“Los que sufren son los más vulnerables”

PUERTO LIBERTAD

Cuando los grandes se equivocan

 

TODO  el mal que causamos (y el bien que dejamos de hacer) repercute en uno mismo y en los demás; y como todos no tenemos los mismos brazos de influencia, conocimiento y poder, las ofensas y omisiones de unos y otros, generan distintos impactos. Una cosa es que  en un almuerzo de domingo alguien diga un despropósito sobre la biosfera, y otra -muy distinta- si lo dice la NASA, cuando están calculando una misión espacial.

Hay personas y organismos que por su razón de ser y por el papel que desempeñan en la sociedad, deben saber que sus errores nacen con amplificador incorporado. Sus silencios, cuando deberían pronunciarse; o sus exclamaciones, cuando deberían callar, se van expandiendo como ondas concéntricas, inatajables y muchas veces irreversibles. Ése es uno de los precios que deben pagar quienes son considerados referentes en instancias de visión, mediación y decisión.

Un vendedor de la miscelánea de barrio, puede (no debería, pero puede) quedarse con los brazos cruzados frente al dolor y la ira por  los deportados de Venezuela, el drama de los migrantes sirios, o el desgarrador escenario de trans-guerra en el que se ha convertido buena parte del Mare Nostrum más lindo del mundo.

Pero la indignante indiferencia de la OEA, y los silencios comprados en Unasur frente al tema de nuestra frontera; la tibia inoperancia de la Unión Europea para manejar el tema de los refugiados, los náufragos y las miles de víctimas que a la deriva huyen de la guerra, son apenas tres ejemplos de lo grave que resulta el efecto, cuando los grandes se equivocan.

Y tal vez una de las peores moralejas ante la ineptitud de quienes deberían ser los más aptos, es que cada quien al estilo del viejo oeste, empiece a tomar la injusticia por sus manos, salga a morder al vecino, a bombardear al enemigo o a levantar muros físicos y políticos, comerciales y conceptuales, en un mundo que cada vez clama con más urgencia, por más puentes y menos grietas. Pero si los que deberían actuar no actúan, es peligrosamente fácil que quienes no saben hacerlo y están sumidos en el desespero, tomen medidas oscuras y absurdas.

Cerrarle una puerta a una persona, a un pueblo o a una idea; o dejar a alguien con la mano sola y extendida, es una decisión que debería tocar lo más auténtico de la conciencia individual y colectiva.

Lamentablemente, nos hemos llenado de cerrajeros a la inversa, expertos en instalar cerraduras que en vez de proteger, lastiman; inabribles por ningún lado de la puerta, porque alguien arrojó la llave en el cráter de un volcán en erupción de intolerancia.

Y como si fuera poco y como siempre, los que más sufren son los más vulnerables: niños, ancianos, enfermos, indocumentados, marginados de todo y de todos, pobres en las múltiples dimensiones de la pobreza.

El desplome del petróleo y el comportamiento del dólar y el euro hacen temblar el mundo.

El desplome de la solidaridad y el comportamiento de los cobardes y los violentos, lo pueden acabar.

ariasgloria@hotmail.com