PUERTO LIBERTAD
La gran ausente
A la hora de enviar esta columna, el balance en la frontera es desolador.
Más de mil colombianos han sido tratados de forma indigna; el abuso contra ellos es provocador e insoportable.
La marca en sus viviendas con la R y la D, como leprosos que en épocas de bárbaras naciones eran Repudiados y Desechados de la sociedad, es una ignominia propia de mentes anacrónicas, triste ejemplo de fusión entre lo perverso y lo grotesco.
Fracturar familias con el argumento de “los chamitos se quedan” porque son venezolanos, pero a sus padres hay que expulsarlos como vectores de epidemias, es completamente inhumano.
Ahí está la imagen del éxodo; ahí están los relatos sobre los guardias de frontera robándose motos, cuerpos y muebles de los deportados y de los que no se sabe dónde están.
Señora Rodríguez, canciller de Venezuela: lo que está pasando no es fotoshop, delirio, ni “mentira mediática”. Sus compatriotas están cometiendo gravísimos abusos contra los nuestros. Si hay un próximo encuentro, al cabo de otras siete horas de babosadas sobre el contrabando, no siga diciendo que Venezuela no ha maltratado a los colombianos porque somos sus hermanos. Si así tratan a los hermanos, ¡qué le harán a los enemigos!
Si hay otra vida, el pobre Bolívar debe estar enardecido viendo las infamias que se cumplen en su puente, y las desquiciadas torpezas que se cometen en su nombre.
La indignación que sentimos es obvia e inevitable. ¿A cuenta de qué el vecino Presidente se adjudica el derecho de tachar de paramilitares y contrabandistas a los colombianos de los Estados fronterizos, únicamente para levantar cortinas de oprobio, que distraigan la atención sobre lo que de verdad está acabando con Venezuela? No se trata de buscar otro distractor; ojalá, más bien, fuera capaz de asumir el costo de su caótica ineficiencia y entregarle las llaves a otro conductor menos inconsciente. Pero eso exigiría sentido común, decencia y respeto por su propio pueblo; tres conceptos que parecen estar ausentes del glosario del señor Maduro.
Por otro lado, es preciso reconocer que a este lado de la frontera generan vergüenza -de otra dimensión y perfil- las declaraciones y silencios de un par de personajes:
Álvaro Uribe, que no pierde oportunidad de alborotar avisperos, pescar en maremotos revueltos, y promocionar su fallido combo de retaliaciones bélicas y ataques al gobierno Santos. En serio, ¿no sería bastante kafkiano que el Presidente que elegimos para la paz, acabara declarándole la guerra a Venezuela? ¿De verdad, doctor Uribe, salir a matarnos con los de junto, será la solución?
Y Ernesto Samper, que para lo que ha dicho, lo hubiera hecho mejor quedándose callado; el problema es que el silencio no es una opción para un presidente de Unasur. Hasta el momento ha quedado como un zapato. Un zapato con un largo e indecoroso cordón -umbilical- que lo ata a Maduro. Deprimente para Colombia y peligroso (y/o inútil) para América, ese ombligo de elefante…
2.219 kilómetros que hoy traducen arbitrariedad y amenaza, podrían ser 2.219 kilómetros de convivencia y desarrollo. La violencia sigue siendo la más torpe de las herramientas humanas; y la dignidad, la gran ausente en esta triste historia.