PUERTO LIBERTAD
La sociología de la responsabilidad
Generalmente las cosas buenas y malas que suceden, no pasan porque sí: alguien o algo hace, deja de hacer, sufre, deja sufrir, construye o destruye algún tipo de equilibrio o desequilibrio importante.
En la endémica sociología de la responsabilidad, cuando el hecho es positivo, todos se lo atribuyen; cuando es negativo, la culpa es de otro. Es como una partícula inmersa en el ADN, que se expresa socialmente en términos de egoísmo, incapacidad y lavatorio de manos, o -hacia el otro lado- en euforia colectiva y sentido de pertenencia, cuando la causa conviene.
Somos cuerda de cometa, abrazo y aliento; y a veces también somos el ancla oxidada y el barco que se va a pique. Desconocerlo es tan injusto como improductivo.
¿La Selección Colombia perdió contra Venezuela, pero todos le ganamos a Brasil?
Le sacamos los ojos a Santos y decimos que le está entregando el país a la guerrilla, pero estaremos en primera fila si hay firma y el Papa viene.
Donald Trump quiere ser presidente de los Estados Unidos, y en unas declaraciones xenófobas, cataloga a los mexicanos de violadores y narcotraficantes; afirma que mandará hacer un muro en la frontera y vocifera que los vecinos del sur deberán pagarlo. Él es el impoluto (como diría aquel de cuyo nombre no quiero acordarme), y se le olvida que si hay narcotráfico es porque además de productores, transportadores y vendedores, también hay compradores, distribuidores y consumidores, que propiamente no viven ni en el Himalaya, ni en México. El señor Trump será tetrabillonario a la N potencia, pero bien ignorante sobre la enorme riqueza cultural, emocional, histórica y humana de los mexicanos; y un inexplicable desconocedor de lo estúpida y atrasada que resulta la discriminación.
La palabra culpa me parece algo atávica; vinculada al castigo, a las legendarias llamaradas del infierno y a esos nefastos Opus Procurator que siempre han existido.
Por eso creo que más que de culpas, el tema es de responsabilidad. De la necesidad de asumir, de poner la cara, de comprender que la sociedad no es un problema que deban solucionar los demás, sino un tesoro que debemos rescatar y/o construir entre todos.
No puede seguir siendo allá Biafra con su hambre; allá Colombia con su inequidad; allá los desplazados; los náufragos que nunca llegaron a Lampedusa; los cientos de niñas y mujeres secuestradas por los extremistas de Boko Haram. Allá el Presidente que no sabe lo que hace, pero aquí nosotros si hay acuerdos, aquí país, y sacaremos pecho y diremos que todos fuimos artífices de la paz. Allá los futbolistas cuando se equivocan; aquí los que ganan, los que ganamos.
Nos cuesta asumir y aceptar que somos corresponsables de lo bueno, lo malo y lo feo.
Uno podría agitar banderas cuando gana, como símbolo de celebración; y cuando pierde, como mensaje de unidad y compañía. Uno podría ser usted y yo, y el que no conocemos, el que juega en el parque, y el que duerme en él. Uno podría ser más solidario, y entre otras cosas, decirle a Narciso que se aleje del río.