Gloria Arias Nieto | El Nuevo Siglo
Viernes, 12 de Junio de 2015

PUERTO LIBERTAD

Schengen

Hasta  hace 30 años, Schengen era un pueblo con un castillo, un museo y menos de 2.000 habitantes.

Estratégicamente ubicado en Luxemburgo, en la frontera con Alemania y Francia, se convirtió en 1985 en la cuna diplomática de una Europa con más unidad que fronteras.

El pintoresco  río Mosela y el vino que preparan y beben en la región, se dibujaron entonces como el telón de fondo de uno de los acuerdos más importantes para un continente con la memoria llena de filósofos y artistas, guerras, puentes, mares y culturas.  

Tener la mente y las  puertas abiertas, es el primer paso para construir alrededor de las sinergias; para fluir en las transacciones intelectuales y comerciales, en lo emocional, personal y profesional. El espacio Schengen abrió los ojos y las voluntades de países que decidieron cambiar el costo de la guerra, por el valor de la unidad.

Los pactos firmados recientemente entre Colombia y el territorio Schengen, nos acercan en la geografía de la confianza; en el camino de las inversiones, y el intercambio del saber y el hacer.

Más que un requisito menos, la no exigencia de la visa a partir del próximo diciembre, implica sentirnos bienvenidos. Sentir que nos encuentran atractivos como núcleo de mercado internacional; como interlocutores válidos en un diálogo por la modernidad y la convivencia.

Ojalá lo que está a punto de pasar con la visa Schengen y Colombia, y lo que  se ha dado en los últimos años con México, Israel, Canadá, Rusia y Turquía, siga sucediendo no solo con otros países, sino con otras formas de ver la vida y de vernos a nosotros mismos.

Estamos llenos de visas y fronteras: unas que pretenden imponernos los demás, y otras que nos atornillamos nosotros mismos. Ahí nacen muchos de nuestros miedos y limitaciones; manos amarradas y visión de caballo en plaza de toros.

No hay peor minusvalía que aquella que tejemos con las propias agujas y el  torzal -no de cuero ni de seda- sino de ese material rugoso y oxidado, del que también está hecha la derrota -cierta o inventada-.

Es terrible que alguien desconfíe de nosotros; pero mil veces peor es cuando esa desconfianza nace en nosotros mismos. Cuando nos miramos al espejo y no nos creemos; cuando dudamos de nuestra capacidad de pensar, amar y realizar. Cuando nos sentimos inferiores al reto y a la expectativa… O peor aún, inferiores a la dignidad.

Si Europa nos quita la exigencia de la visa Schengen, que además del maravilloso motivo real y geopolítico, sea un motivo simbólico para quitarnos los trapos imaginarios con los que algunas veces nos vendan -y nos autovendamos- los ojos y la confianza.

La dignidad es un derecho adquirido desde antes de nacer, y está bien reforzarla con razonables dosis de autoestima y amor propio; y tener un espejo justo y equilibrado que nos ubique tan lejos del egocentrismo como de la zona gris del anonimato y el escepticismo.

La gestión del futuro es incompatible con la inercia y  la discriminación. Así es que bienvenido sea todo paso hacia la inclusión y la presunción de franqueza y voluntad.

ariasgloria@hotmail.com