Gloria Arias Nieto | El Nuevo Siglo
Viernes, 24 de Octubre de 2014

Espejos de incredulidad

 

Como dice mi adorable tía Clara, ¡infinita jartera! Eso es lo que me producen las peleas reiterativas, que nos hacen creer que vivimos en un laberinto de espejos refractarios, no de luz, sino de insultos, incredulidad y desprecio.

Me aburre que ante los diez intentos de Santos para que  Uribe 'desarme los espíritus', la respuesta venga de senadores, concejales, politólogos y sapos; de todos, menos del propio. (A la hora de enviar  esta columna, Uribe no le ha contestado al Presidente).

Yo comprendo que el doctor Uribe esté furioso, angustiado, y aferrado a su rabia: quizá siente que si la pierde, pierde lo único realmente suyo que le queda. Muchos de sus niños mimados, están presos o prófugos; o utilizaron sus banderas  para llegar al poder, y luego se voltearon 180 grados. Otros  ladran con desdén; y pocos aportan.

Ahora -tan falaces tantos, y tan tontos muchos- pretenden decirnos que Uribe siempre buscó la paz. Sí ¡cómo no! Y yo llevo 20 años entrenando para las olimpiadas de ping-pong y la copa asiática de lucha libre.

Pero más que su furia repotenciada, a Uribe le podría quedar la grandeza de ser un buen expresidente; bajarse de su pedestal de frenético opositor,  y asumir el papel de líder, (no destroyer); orientar constructivamente las capacidades de una respetable cantidad de gente que -a pesar de todo- lo sigue admirando. Pero eso sería pedir demasiado… Uribe no es el mejor exponente de aquellos comerciales de Johnson's,  del "lenguaje del amor". Ni es suyo el léxico de la reconciliación, del encuentro o la ponderada discrepancia.

Uribe viste un traje de emperador, cosido con hilos de venganza. Y es una lástima, porque entre un Polo dividido y desdibujado, y un Uribe enardecido, privaron al gobierno Santos de esa necesaria oposición, legítima y productiva, que ayuda a equilibrar el rumbo y  a consolidar la democracia.

También me produce infinita jartera -me duele admitirlo- ver en lo que se convirtió Bogotá, gracias a una secuencia de alcaldías desastrosas y una maraña de sórdidos intereses  creados.

Moverse en dos pies, o en dos o cuatro ruedas, es angustiosamente  inseguro, y casi siempre insoportable o imposible. Los raponeros crecen como si les dieran tetero de levadura, y uno vive en mood asustado.

Infinita  jarteravivir a la defensiva.

Obviamente, hay de fondo un gran tema de inequidad y egoísmos acumulados. Pero no todo gira en torno del desbalance social. Hay también otro gran contenido de corrupción, ineficiencia y deshonestidad, y no podemos justificar el caos y la hamponería de Bogotá, en un único andamio de  injusticia social. El andamio de la impunidad también pesa, y mucho.

No merecemos vivir en una ciudad / amenaza. ¿’Bogotá Humana'? Es un apellido muy grande, que no se compagina con una fea realidad.Esta ciudad podría ser maravillosa, y es indigno tenerla llena de cráteres, hordas de  ladrones callejeros, y los  chantajes cotidianos de las mafias de turno.

Urge -literalmente- sacar a Bogotá del hueco, y a Uribe, de su insaciable pasión negativa. Pero aquí lo urgente se volvió crónico, y lo crónico, paisaje.

ariasgloria@hotmail.com