Colombian Titanic
Así como hay coroneles en retiro, maestros pensionados y periodistas en el exilio, alias Popeye (no el marino de las espinacas, sino el jefe de sicarios de Pablo Escobar), se refiere a sí mismo como un "bandido retirado". ¿Bandido? Bandidos los asaltantes de bancos, trenes y diligencias del viejo oeste, perseguidos por Bat Masterson y John Wayne.
Popeye no es un bandido retirado. Es -o en el mejor de los casos fue- un criminal y orquestador de criminales, con cerca de 300 asesinatos directos reconocidos, y más de 3.000 muertos en su espalda... 3.300 familias destrozadas por la violencia de la ausencia sin retorno.
El recién liberado trabajó en la cima del más siniestro y poderoso cartel de narcotráfico de Colombia y el mundo; no fue un pistolero a caballo. 3.300 muertos, es como si ininterrumpidamente, durante más de 9 años, alguien se dedicara a matar una persona al día.
Se abren grandes interrogantes, con una pena reducida al 60%; una ridícula fianza de 9 millones de pesos; y una estructura carcelaria donde se reciclan delitos, y pululan maestrías empíricas en técnicas de violencia e intimidación. La resocialización es algo demasiado serio, como para pretender que se logre en un medio donde imperan la corrupción, el hacinamiento y la degradación de la condición humana.
Más allá de tecnicismos jurídicos que avalen o tumben la decisión que dejó en libertad a Popeye, el problema de fondo, es qué metabolismo conductual y social tuvo lugar durante los años de reclusión, como para que alguien (léase Juzgado Primero de Ejecución de Penas y Medidas de Seguridad de Tunja) pueda resolver sin atropellar el sentido común y la ética personal y profesional, que un megacriminal como John Jairo Velásquez está listo para salir al mundo, y reintegrarse al frágil planeta de los sobrevivientes.
Después de -entre otros horrores- haber hecho explotar el vuelo 203 de Avianca, con 101 pasajeros y 6 tripulantes; después del asesinato de Luis Carlos Galán, el secuestro de Pastrana y la muerte de 200 policías, dejar Cómbita y el Barne con libertad condicional y un periodo de 52 meses sin salir del país, equivale a ganarse la lotería y la resurección, todo en un mismo juego.
La próxima semana habrá pronunciamientos sobre la tormentosa reforma a la justicia. Las altas cortes ya no son altas, y muchos jueces han perdido su respetabilidad. La inseguridad cotidiana es cada vez más agobiante, y la impunidad se volvió paisaje nacional. Ninguna reforma al sistema tendrá sentido, si no viene precedida, acompañada y sostenida, por una genuina reforma a la conciencia y el pensamiento de quienes tienen en sus manos a la Señora de la balanza.
Perpetuar una justicia carente de credibilidad y rigor, sería como dispararle al bombillo del faro y botar la brújula al mar. Entonces, además de la insólita auto-referencia del Popeye de Pablo Escobar, en otras tarjetas de presentación se leería: "Fulano de tal, marinero retirado, Colombian Titanic".
Creo que estamos ad portas de sentir esa rafaga incierta que se produce cuando más que la muerte, nos asusta la vida.