GLORIA ARIAS NIETO | El Nuevo Siglo
Viernes, 11 de Abril de 2014

No estamos para paisajismos

 

Más allá de las implicaciones filosóficas -y hasta estéticas- que pueda tener el ver a Bogotá militarizada, es más deprimente verla con el dolor de los jóvenes asesinados; las mujeres empacadas entre una maleta; o las víctimas de la locura ácida, y del vandalismo indiscriminado.

Entiendo que inquiete la imagen que proyecta una ciudad vigilada por hombres de bota y fusil. Pero no estamos para paisajismos… Personalmente prefiero los soldados a los delincuentes, así en el Ejército -como prácticamente en toda institución de poder- se den brotes de atropello y corrupción.

Desvelarnos por el impacto que a la foto de Bogotá le causen los uniformes camuflados, es como sufrir por las flores que apachurra un gato, al huir de un convento en llamas.

Lo que sí debería movernos es la reflexión sobre cómo se han manejado ciudad y ciudadanía, para haber llegado al extremo de militarizar lo urbano. Perdón, el Ministro de Defensa dice que eso no es “militarizar”. Me parecen eufemismos de su parte, pero si quieren propongan otro verbo, más políticamente correcto. Mientras tanto,  considero que una ciudad vigilada por militares, está militarizada.

En fin. Vimos soldados en las calles, cuando la barbarie de Pablo Escobar; los vemos alrededor de instituciones de alto impacto, o cuando nos visita un presidente súper VIP.

Pero ahora para algunos, pareciera que las personas quemadas,  abusadas, asaltadas o asesinadas, no justifican suficientemente la presencia militar. ¡Qué curioso! Desatan menos polémica los clamores de venganza y ley del Talión, que los esfuerzos por evitar que los delitos se cometan.

Obviamente el ideal de cualquier sociedad es tener más educación y menos represión. Genial haber dedicado más intención y vocación de país, a formar y remunerar mejores maestros, que a comprar dotación de combate. Mejor confiar que confinar; mejor abrazar que abrasar. Pero es tarde. El tema de Bogotá se salió hace demasiado tiempo de las dudosas manos que la manejaron, y  no hablamos de percepción, sino de realidad.

Tenemos una ciudad intensamente insegura; eso no es un invento de Pardo, ni crónica de señoras tomando té. Lo dicen los muertos en Medicina Legal, los servicios de urgencias, los huérfanos, los fantasmas de carne y hueso, a quienes el veneno arrojado a la cara, les arrancó la piel y el futuro.

No sé qué tan incómodos se sientan los policías al ver que el Ejército viene a ayudarles a hacer la tarea. A problemas extremos, soluciones ídem; ojalá no consideren rivales a los soldados, y los perciban como un complemento circunstancial necesario.

Quisiera algún día tener una Bogotá por donde pudiera caminar sin miedo, y un alcalde -en propiedad- que me generara respeto y confianza. Curiosamente los únicos recientes que han sacado la cara por el cargo -Clara y Pardo- han sido alcaldes (E). Parecería que cuando votamos, botamos la oportunidad de ejercer bien la democracia; es decir, de ser socialmente justos y razonables con nosotros mismos. De verdad: a la hora de elegir (vida y gobernantes) necesitamos más neurona y menos frivolidad. Y hablando de verdad:

Posdata:“La Veritá”, sencillamente imperdible y mágica.

ariasgloria@hotmail.com