GLORIA ARIAS NIETO | El Nuevo Siglo
Viernes, 22 de Noviembre de 2013

Ubuntu

 

Ubuntu: “Yo soy, porque nosotros somos”. “¿Cómo podría uno de nosotros estar feliz, si todos los demás están tristes?”.

Ubuntu, una de las pocas terapias intensivas capaces de salvar al mundo, no  viene en blisters de a diez, ni se inyecta en las venas. No lo producen las multinacionales farmacéuticas, y ni todo el oro del mundo podría comprar siquiera un gramo de su esencia.

Ubuntu nació en una tribu africana; es una forma de ser, sentir y obrar; un concepto intrínsecamente unido a la cultura Xhosa, a Nelson Mandela y al Nobel de Paz Desmond Tutu, el pequeño gran arzobispo que tuvo a su cargo la Comisión para la Verdad y la Reconciliación, tras la caída en Sudáfrica, del funesto Apartheid.

Para un ubuntiano es imposible ignorar a otros seres humanos; y la suya nunca será una felicidad egocéntrica o aislada, porque es el reconocimiento del otro y la genuina adopción de la solidaridad, lo que le permite ser feliz.

Una ejemplar interpretación de Ubuntu es el video de una carrera de niños -pobres, rurales y con discapacidad-; cada uno va con sus muletas, tan rápido como puede, en busca del trofeo. Cuando el seguro ganador está a punto de tocar la cinta de llegada, oye el grito de auxilio de otro niño, que está tendido entre el polvo y la tierra. Entonces, en vez de agarrar la cinta, regresa  donde el niño que se cayó; todos lo hacen, lo ayudan a levantarse, y tomados de los hombros y las manos, en una larga hilera horizontal en la que nadie va  primero, todos, al mismo tiempo, llegan a la meta.    

¿Por qué hoy, a las pocas horas del anuncio del presidente Santos de ir por la reelección, me da por escribir sobre Ubuntu?

Por dos razones: una, porque un amigo español (¡gracias!) colgó en Facebook un poster que hablaba de Ubuntu, y me hizo volver los ojos sobre lo fundamental. Y la otra, porque sigo creyendo que independientemente de quién lleve puesta la banda presidencial, nada de lo que suceda en La Habana tendrá sentido, si no estamos auténticamente dispuestos a quitarnos las capas de egoísmo; abrir las puertas de nuestros feudos (emocionales, ideológicos, económicos…); y atrevernos a pensar con el corazón, en sintonía con los sueños y vacíos, ausencias y derechos, de los demás.

Así como en Sudáfrica el conceptoUmuntu, nigumuntu, nagamuntu  (‘una persona es una persona, a causa de los demás’) logró recomponer una sociedad descuartizada por el Apartheid, en Colombia algo tendremos que hacer para  adoptar y adaptar una conciencia ubuntiana que nos permita ejercer una verdadera solidaridad.

Tras cinco años conviviendo con la muerte en un pueblo de pescadores en Mozambique, el misionero argentino Jorge Bander, escribió “África no me necesita. Yo necesito de África”. Tal vez no es el fin de la guerra el que necesita nuestras luces, sino nosotros los que necesitamos aprender de tanta tristeza y tanta desolación causada por años de exclusiones, miserias y perdigones de distinto calibre y comprobada letalidad. Y mirarnos a los ojos, decirnos la verdad, y volver a empezar.

ariasgloria@hotmail.com