GLORIA ARIAS NIETO | El Nuevo Siglo
Viernes, 15 de Noviembre de 2013

Un camino, un destino

 

Es deber del Estado proveer las condiciones suficientes para garantizar la seguridad de los ciudadanos. De todos, sin excepción.

Así como es indigno el esquema de remuneración sicarial, que fija el pago según el rango de la víctima, también sería vergonzoso establecer jerarquías en el derecho a la vida. Ningún ser humano debería tener precio; todos tienen el mismo valor, pero algunos generan más impacto y tienen mayor visibilidad social y política, que otros.

Las alertas sobre un posible atentado contra Uribe están al rojo vivo. No sólo por lo que él significa, sino porque uno de los hilos de los que pende el proceso de paz, es precisamente la seguridad y la integridad física, de Álvaro Uribe. Dios quiera que nada malo le pase. Nada. Primero, por él mismo, por los suyos, y porque la vida es sagrada; y segundo, porque si a estas alturas del partido, las Farc le parten siquiera una falange al expresidente más beligerante y más  popular de todos los tiempos, estarían consumando un suicidio; y kaputt La Habana.

Sabemos que los militantes de las Farc son capaces de muchas atrocidades, pero no pueden ser tan brutos de hacerse el harakiri.

Ahora, estamos en un mundo fiero y un tanto maníaco, con extremistas obsesivos, que podrían ser capaces de lanzar amenazas ficticias y orquestar fallidos atentados, con el único fin de acabar -no con un expresidente- sino con todo un proceso, y de paso, con quien valientemente lo ha liderado. Que conste: no lo afirmo, pero desde chiquita me enseñaron a no tragar entero. Uribe tiene muchos enemigos; pero Santos también; y la misma paz, no es el primer mejor amigo de algunos recalcitrantes hinchas de la guerra.

El proceso de paz tiene unas zonas grises oscuras, que prenden  alarmas. Instancias como la Corte Penal Internacional y el Estatuto de Roma, no están propiamente aprobando de un plumazo lo que el presidente Santos llama “nuestra forma de hacer las cosas”. Pero ese tono gris (que antes era negro) deberá volverse blanco -así sea  blanco/brumoso-. No hacerlo, implicaría la perpetuidad de la guerra, y ése sería el peor de los escenarios.

Entre rendirnos ante otro medio siglo de violencia, o aprender a ver a los secuestradores de catorce mil colombianos, al frente de ministerios y cargos de elección popular, pues  hay que apoyar lo que sume menos muertes y salve más vidas.

Volvemos al principio: a la gente -a toda- hay que cuidarla. Cuidarla de la misma gente, principal amenaza originada en un ser vivo. Cuidarla de los rencores desenfrenados, del olvido, y de la estupidez armada.

Los cilindros de gas no se lanzaron solos sobre los techos de las escuelas, ni atravesaron las puertas de las iglesias porque les dio la gana.  A los cilindros de gas, a las minas antipersonas y los emisarios cargados de explosivos, los arrojó y orquestó una mano criminal. Pero amputar esa mano con otra bomba, no regenera el país: lo degenera. La diferencia no es una letra. Es un camino.  Y un destino.

ariasgloria@hotmail.com