GLORIA ARIAS NIETO | El Nuevo Siglo
Viernes, 1 de Noviembre de 2013

Un árbol en la roca

 

El premio a Daniel Coronell es el reconocimiento al valor, el rigor y  la tenacidad; persistencia consagrada a sacar a relucir la verdad, aun a costa de exponer la vida.

Y como se trata de verdades que casi nunca favorecen a los más poderosos, éstas sólo las encuentran no los buenos, sino los excelentes periodistas; fusión de honestidad y valentía, pulcritud y templanza, independencia y firmeza.

Una mezcla que viene en el ADN; se pule entre tintas, exilios y letras, y trasciende cuando hace que el marasmo se transforme en  reflexión; cuando  la indiferencia se incinera por el oxígeno de la razón y la crítica, y de sus cenizas surgen inconformismos bien entendidos, y rebeldías gestoras de sociedades menos atrasadas.

Daniel Coronell ha logrado formar lo que tantos han pretendido deformar: Conciencia. Conocimiento, sensatez y criterio bien documentados, para no tragar entero.

La verdad que descubren los valientes, no se publica en el diario oficial. No está al servicio de los intereses creados por las mafias, los políticos o los diez más cualquier cosa (los diez más ricos, los diez más poderosos, los que más amenazan, los que más sobornan o los que más desplazan).

La verdad que publican los valientes es el patito feo al que muchos han querido ahogar en estanques de podredumbre y corrupción. Pero la violencia -tácita o explícita-, las cartas bajo la mesa y los compradores de conciencias, finalmente no son tan poderosos como ellos mismos se lo han creído. Y el patito feo no es tan fácil de ahogar: el mundo no es tan miserable como muchos piensan, y anda por ahí, creciendo como un árbol en la roca, una ecología de salvamento, lista a proteger esas moléculas de dignidad que podrán algún día reconstruir el planeta. Por eso no nos hemos muerto de balas, o lo que es peor,  de vergüenza.

Es una ecología intangible, que se debate entre la vida y la muerte; en los linotipos, en las aulas de clase, en las librerías y los microscopios. En las palabras de un maestro con mayúscula, y de un alumno con sed de ser; en la voz de los marginados, y en los márgenes rotos de los cuadernos de la inquisición; en la vanidad enterrada y en la humildad para decir “no sé”.

Me hace muy feliz el premio entregado a Daniel Coronell. Fue mi profe en los Andes, y antes, en y después, ha sido mi maestro. No solo en periodismo, sino en otros caminos que también implican independencia, responsabilidad, y un trabajo bien hecho, para acercarnos a la verdad.

En esta época tan llena de esqueletos sin nombre, telarañas dogmáticas y sobornos con silenciador, el periodismo valiente no es solo un grito de auxilio, un derecho de expresión, o una tabla en medio del océano.

Es un deber de conciencia y honor; un pacto con la evolución intelectual; un remedio casi infalible, contra las cicatrices que deja la resignación.

Daniel nos ha enseñado a no claudicar. ¡Tamaña lección, para un pueblo al que tantos, tantas infames veces, han intentando comprar!

ariasgloria@hotmail.com