Un programa que salvó vidas
Hace un año, desde la plataforma de Bogotá Humana (que hasta ahora no se ha ganado el apellido), el entonces secretario de gobierno, Guillermo Asprilla, anunció el fortalecimiento del programa “Goles en paz”; y pidió que en el clásico Santa Fe-Millonarios de aquel domingo 23 de septiembre, no se presentaran “hechos de violencia”.
Pero la violencia, más que un tema de hechos, es una cultura, un chip y una telaraña. Una amenaza del espíritu y las armas; del comportamiento y las entrañas. La violencia se contiene a tiempo con la palabra, con el ejemplo, con la construcción de sociedades limpias y equitativas, donde los valores no sean bolsas de dinero, a bordo de grandes camiones grises y blindados. A cualquier escala, crece menos violencia en un escenario de confianza y convivencia, que en uno de hostilidad y represión.
Lo que Asprilla ofreció fortalecer, ya no era ni la sombra de lo que entregó en el 2008, su creador, el Padre Alirio López.
Colombia extraña el verdadero programa Goles en Paz; extraña la cultura que construyó con esfuerzo, conocimiento y pasión bien entendida, el Padre Alirio. Perdón, Monseñor Alirio. Un cura expresivo y cercano, que convirtió armas y chingones, en palomas y cucharas; y en una misa de Semana Santa, le lavó los pies a un grupo de mujeres que ejercen el más antiguo y triste de los oficios.
Alirio no vendió el sofá. (Hablo de ese sofá que una madre -preocupada por la virginidad de su hija- decidió vender, para que el noviecito adolescente no fuera a romper la castidad de su niña). Podría decirse que Alirio construyó una casa donde cupieron sofás, novios y pasiones, y todos asumieron su rol con responsabilidad.
No fue utopía. Alirio logró que se quitaran en el Campín las mallas que separaban al público de los jugadores. Trató a unos y a otros, como seres civilizados, a los que no había que anjaular.
Pasaron nueve mil niños por el programa que él lideró durante 8 años, y bajaron los índices de violencia en los estadios; más de dos mil muchachos participaron en los partidos por la copa “Goles en Paz”; se congregaron en el estadio, miles de jóvenes con camisetas blancas, sin más logo que el de la convivencia.
Las barras bravas fueron más futboleras que bravas, y apuñalar hinchas del equipo contrario, salió entonces, de la agenda de los jóvenes. Los estadios fueron un lugar donde armonizaron emoción y hospitalidad; ímpetu y reconciliación.
Sería inteligente que la Alcaldía retomara ese programa original; el que dio frutos palpables, salvó vidas y despojó de violencia -pero jamás de emoción- una pasión que moviliza a Colombia y al mundo.
Alirio escribió en las manos y en la conciencia de las personas, que una cosa es vibrar, gritar, abrazar, sufrir y celebrar. Y otra, muy distinta, matar. Bueno, ya hay nuevas tandas de niños que merecen aprender la cultura de la paz. Y nuevos jóvenes que merecen no morir.
Dos muchachos y un papá asesinados en dos días: Vergonzoso y deprimente gol de la violencia.