Gracias, niños de Buenos Aires
HACE unos días, currucuteando en google para un trabajo de la universidad, encontré un video que quise traer a este Puerto. Resumiendo, el tema es la discriminación en las aulas; pero más allá de eso, la denuncia pone sobre el tapete esa dosis de crueldad cotidiana -a veces imperceptible- que llevamos dentro, y daña y nos daña, por cobarde, constante y maligna.
Una bárbara costumbre que aparece con la civilización, nos atomiza en mil pedazos, nos separa, y con un sello de special delivery nos manda a donde nunca deberíamos haber llegado: a una sociedad disociada, que excluye y condena, que se burla y segrega, que aísla y se suicida.
El video ganó en el 2007 el concurso “Hacelo corto”, en el VI Festival de cortometrajes hechos por niños y jóvenes. Lo concibieron y produjeron (hasta la música es compuesta e interpretada por ellos), muchachos de 7º grado, alumnos de la Escuela número 5, D.E.1 de la Provincia de Buenos Aires.
También podría haber sido hecho ayer, por niños de nuestros colegios, públicos o privados, en cualquier ciudad de Colombia.
Y es que estos niños de Buenos Aires plantean un problema tan endémico, que da tristeza y angustia reconocer que si algo no tiene fronteras témporo-espaciales, es el sufrimiento causado entre humanos, y la capacidad que tenemos de dañarnos a nosotros mismos y a los demás, con o sin voluntad de hacerlo.
Los actores del video son niños de la vida real; no hay libreto sino testimonios; no hay guión sino palabras, y silencios con ojos aguados; adolescentes tempranos (11 a 13 años) que se reconocen como víctimas y victimarios, del hábito de discriminar; por el color de la piel, la nacionalidad o la ropa; la forma de los dientes, el ritmo para aprender, o el trabajo de los padres… Discriminar, como arma cortopunzante para sobrevivir, atacar y defenderse; para hacer lo que hacen todos; lo que ven en la televisión, en la calle y en los mismos maestros.
De poco nos sirve que la discriminación esté prohibida por ley, o que la Constitución hable de ella, si en nuestro interior, discriminar sigue siendo un verbo irreflexivo, cotidiano y conjugado en el más imperfecto de los pasados, presentes y futuros.
La discriminación no tiene lado bueno ni momento aceptable; pero cuando se da hacia los niños, o entre los mismos niños, es aún más funesta e irreversible, porque educa en la intolerancia, y deja secuelas para toda la vida. Es la semilla más efectiva para la perpetuidad de la guerra. Es ejercer la violencia donde más duele y donde menos debería estar.
Testimonio en el 11’36”: “A veces quisiera estar muerta para que no me critiquen más”. No es imposible -pero no es nada fácil- coserle a esta niña, los hilos rotos de su autoestima, y devolverle la felicidad y la confianza perdidas, tan al principio de su vida.
Este es el link: http://www.dailymotion.com/video/xddejw_competir-o-compartir-la-discrimina_shortfilms#.UerMaxZVvox
Para ver “Competir o compartir - la discriminación en la escuela”, necesita un computador y 15’46’’, valor y ventanas abiertas, y sentir que la inclusión es al mundo, lo que el agua es a la vida.