GLORIA ARIAS NIETO | El Nuevo Siglo
Viernes, 21 de Junio de 2013

¡Vaya valla!

 

Por donde uno la mire, la gestión de Gustavo Petro ha sido deplorable. Tal vez sólo equiparada y/o superada en desastre administrativo, por la de Sammy el Terrible; ambos han tenido fallas graves a la hora de conformar sus equipos de gobierno; ninguno de los dos parece tener el switch delinsight correctamente instalado, y tanto al uno como al otro se les han desbaratado entre las manos, las calles de la capital, la poca o mucha credibilidad que la gente tuviera en ellos, y la seguridad ciudadana. No es percepción, son hechos, infamias y vergüenzas: 37 niños asesinados en Bogotá en lo que va del año; cada día, asalto a 7 residencias y atraco a más de 130 personas; un caos basurero sin precedentes; y, confesado por el mismo IDU, el 51% de la malla vial total de nuestra ciudad y el 62% de las calles de los barrios, califican en el rango de ‘mal estado’, y se estima que su reparación costaría cerca de 8 billones de pesos.

Aun quienes considerábamos que Petro era una fatalidad, pensábamos que era inteligente. A sus poquitos meses en el Liévano, ratificamos  lo primero, y pusimos muy en duda, lo segundo.

Pero seamos claros: las firmas recogidas, la percepción general, y el anhelo porque la revocatoria de su mandato sea una realidad, son una censura a su mal gobierno, y un grito de auxilio para intentar frenar el descalabro. No son un castigo comunitario, a su pasado guerrillero. La gente pensante es capaz de diferenciar ambas  cosas; tan es así, que -por ejemplo- su ex partner del M-19, Antonio Navarro, fue declarado en su momento el mejor alcalde de Colombia.

Expresiones como la controvertida valla que pretenden instalar en el barrio Venecia, entre Soacha y Bogotá, y que compara a Petro con Timochenko, no sólo son arbitrarias, sino tremendamente desatinadas cuando se supone que estamos comprometidos con un proceso de paz. La valla la firma Rafael Guarín, exministro de Defensa de Álvaro Uribe. ¡A ver! Colombia necesita cualquier cosa, menos echarle más leña al fuego; y menos aun, leña tatuada con pólvora.

Que me guste ver mañana a los señores de las Farc sentados en el Congreso, en las alcaldías o en los ministerios, pues no. Pero los prefiero ahí, que armados hasta los dientes, convertidos en un eslabón más de la mortífera cadena del narcotráfico. Y también prefiero verlos intentando hacer política legítima, y no tendidos en una mesa de medicina legal.

Dice Horacio Serpa que según el Instituto de Paz de Barcelona, en el mundo actual el 85% de los conflictos internos se han resuelto mediante el diálogo político, y sólo en el  15% un adversario ha aplastado al otro.

Los acuerdos de La Habana plantean un enorme desafío; más que para los negociadores, para  los 48 millones de colombianos. La paz es un deseable costoso, y muchas veces tendremos que comernos paradigmas, orgullo y tradición, entre un sándwich; y nos dolerá el estómago. Pero  ninguna concesión es tan horrible como una guerra, en la que gane quien gane, todos pierden.

ariasgloria@hotmail.com