GLORIA ARIAS NIETO | El Nuevo Siglo
Viernes, 14 de Junio de 2013

Nadar en olas bravas

 

Amanda Todd, Allem Halkic y Phoebe Prince, nunca se conocieron, pero compartieron un dolor reiterativo, anónimo y devastador, que los llevó a quitarse la vida antes de cumplir los 16 años.

No pertenecían a ninguna secta, ni firmaron pacto suicida. Los tres -como tantos otros menores a quienes la humillación les llega por Internet- no pudieron soportar el ciberbullying del que eran víctimas; y  les resultó menos difícil acabar con sus propias vidas, que neutralizar al acosador y terminar con la persecución.

Quien atormenta con el ciberbullyng, es un cobarde que se esconde tras la red, y esto hace muy difícil su identificación y castigo; pero   según un estudio realizado en España  por Inteco y el Observatorio de la Seguridad de la Información, éste no es un tema que desvele a los padres de familia. Mucho más les preocupa (40%), que sus muchachos acaben adictos a la tecnología, o que los equipos se llenen de virus (14%).

Este mismo estudio revela que sólo el 1% de los niños pediría ayuda a sus padres en caso de ser acosados en la red. Sin embargo, el 40% de los padres cree que en estos casos, sus hijos acudirían a ellos en primera instancia. Un abismo.

El 93% de los padres confía en las herramientas restrictivas, para que sus hijos no sean víctimas de ciberacoso, pederastas y redes de pornografía infantil. Consideran que el bloqueo de páginas, y la creación de passwords secretos, constituyen un adecuado elemento protector. Si uno baja la cortina, no ve la tormenta, ergo dejan de caer rayos y centellas (¡!) ¡Qué lástima y qué grave! La educación, la confianza y el diálogo, brillaron por su ausencia, en las respuestas de los adultos encuestados.

Mientras los niños y jóvenes pasan horas frente a la pantalla -tejiendo  tareas, amistades, amores y batallas- los adultos promedio no navegan por gusto en Internet. Buscan información puntual, pagan cuentas, consultan extractos, recetas de cocina o direcciones de establecimientos comerciales. Muchos se dan por bien servidos si el ciberespacio no los embiste. Pero no sólo se trata de no morir embestido, sino de incorporar las nuevas tecnologías al pan  de cada día, y reconocerles su inconmensurable valor en la pedagogía formal y no formal; y paralelamente, dedicarle tiempo y espacio a crear escenarios de confianza y autoestima, para que niños y jóvenes sepan cómo enfrentar la cibermaldad.

Mientras los adultos sigamos imponiendo restricciones, candados y vetos, más fascinante resultará el mar abierto de Internet. No tiene sentido ofrecer nado en bañera, cuando los niños tienen sueños, corazón y cabeza, para atravesar océanos. Más bien aprendamos y enseñémosles a nadar, en aguas planas, y en olas bravas.

Tal vez no podamos hacer mucho para combatir el ciberbullyng, pero sí para formar niños que se quieran y se respeten a sí mismos, y confíen en ellos y en sus mayores; que no haya más Amandas, Allems y Phoebes, niños muertos por impotencia y desespero, encerrados en sí mismos, acosados por una crueldad que les desbordó la resistencia, y les ahogó la vida.

ariasgloria@hotmail.com