Mucho más que un pulso
SERÁ por utopía o romanticismo, pero los paros de maestros, me chocan la conciencia. Los profesores merecen salarios justos, proporcionales al impacto de su labor. Pero no cuadra un cese de actividades en profesionales formados en ciencias humanas, para cultivar, engrandecer y potenciar la vida de los demás.
Los maestros de Colombia están mal remunerados, sí. Algunos merecerían ganar mucho más, de acuerdo. Hay unos malísimos, que tienen a nuestros niños sumidos en las peores calificaciones internacionales, también. Hay de todo, como en la botica de un país inequitativo y bastante asocial, para el que tradicionalmente la educación y la salud habían sido las cenicientas de las prioridades.
Considero que Presidente y ministra, le han metido innovación, inteligencia y seriedad al tema.
Una cosa es que los maestros tengan que hacer mercado y pagar arriendo, como la mayoría de los mortales de una clase media trabajadora. Otra cosa es que por ello, olviden la esencia de su oficio. El por qué y para qué eligieron una carrera tan relacionada con la condición humana, el saber y el conocimiento.
No quiero sonar a bolero, ni a las nostalgias propias de quienes tenemos alguna -mucha- “juventud acumulada”. Pero extraño el estilo de los maestros de antes… Mi abuelo Don Agustín; su hija Gloria Nieto; La Nena Cano. Alfonso Casas… Dedicados por vocación, alma y genética, a enseñarles a los demás. A cultivar en los niños el amor por el conocimiento; la curiosidad perpetua que desemboca en investigación; la creatividad como vacuna contra la indolencia, y el arte como herramienta para expresar y apreciar las emociones y percepciones del mundo; las matemáticas, infalible despertador de la lógica y de la agilidad mental; el respeto por las palabras, el valor de un párrafo bien escrito y bien leído, el universo que alberga un poema y el viaje labrado en las páginas de una novela.
Me gustan los maestros que no tienen en el epicentro de su labor su extracto bancario, sino los niños que todas las mañanas esperan con los ojos abiertos y el alma disponible, oír algo inteligente, algo amable, algo que los ayude a construirse como buenos seres humanos.
Bendigo los maestros que abrazan el conocimiento y el cariño, y rechazo a quienes creen que “la letra con sangre entra”. Respaldo la pedagogía del amor, la que valora las diferencias y en lugar de pasarles un tractor por encima, las capitaliza, para edificar con ellas.
¿Qué les están enseñando los maestros del paro a sus alumnos? Que es digno ganar más, ¿o que en Colombia sólo las vías de hecho obtienen resultados? ¡Ojo! Que a docencia y decencia sólo los diferencie una letra. No toda una conducta.
Si la fuerza puede más que la inteligencia, y la presión doblega la concertación, la moraleja quedará en números negativos, y la lección para los niños será el fracaso de la comunicación racional. Lo que está en juego es mucho más que un pulso entre Gobierno y maestros: es un precedente para una sociedad que necesita aprender a resolver conflictos, con un complejo mix de firmeza y generosidad, comprensión, dignidad y concesión.